El
término “negro”, tratándose de fenómenos naturales que pueden
generar grandes catástrofes, siempre fue tabú, antiguamente, por
estas latitudes. Por ello, cuando el cielo se volvía carbón, nadie
se atrevía a hablar de negrura, sino de grande o tremenda oscuridad.
Y aquella vez las tinieblas, cargadas de rayos y relámpagos,
vinieron del meridión. “¡Dios te libre de las tormentas de
Mirabel!”, decían por la comarca. Referían las bocas desdentadas
de antaño que tan terribles tronadas se fraguaban en el castillo de
Mirabel y, luego, emprendían el camino hacia las sierras rayanas con
las tierras castellanas. En línea recta, el lugar distaba treinta y
cinco largos kilómetros de aquella villa que entregó Carlos
I a don Fadrique
de Zúñiga y Sotomayor.
No había por aquel pago de “Los Jornales” otra
caseta que la de Leandro
Miguel Jiménez, nombrado por los vecinos
como Ti
Aleandro “Carreta”, el que había
nacido el mismo día, mes y año que el agente del Tesoro
Estadounidense Eliot
Ness, de cuya vida se hizo leyenda, al ser
considerado como un personaje intrépido e incorruptible que acabó
con las correrías del famoso gánster Al
Capone. Viendo el cielo tan horriblemente
feo, corrieron a refugiarse en la caseta una gavilla de campesinos
que andaban por aquellos predios. La tormenta estalló
estrepitosamente. –“Paecía quel cielu se jundía y se ajuntaba
con la tierra -me narraba Ti Leandro-; yo nunca vi cosa igual. Cayó
una chíhpa sobri un robli c,había a pócuh métruh de la caseta y
lo jidu ehtíllah, y una de lah ehtíllah entró cumu una flecha pol
la puerta de la caseta y le dio en un hombru a Ti Milianu Barrosu, el
de Ti Narcisa, que antóncih tenía en loh brázuh a unu de loh suh
híjuh, qu,era chiquininu”. Leandro Miguel, el hijo de Ti
Vicente Miguel Caletrío y de Ti
Brígida Jiménez Jiménez, me relató,
completamente convencido, que la caseta se libró de la exhalación
porque él tenía dispuesta una “piedra de rayo” debajo de las
tejas, que fue la que desvió la centella.
De siempre fueron propicias las tormentas en las
primaveras y veranos. El pasado mayo, en plena yema vernal, se
desató iracunda tormenta sobre las urnas y los dos partidos
mayoritarios de esta España machadiana se dejaron más de cinco
millones de votos en la gatera. Es muy lógico, porque ya apenas si
hay conjuradores que sepan zarandear las campanas y mandar a hacer
puñetas los malditos turbiones. Se ha olvidado, también, el
responso a Santa Bárbara, la que espanta las tempestades, y nadie
coloca ya, para los mismos fines, esas pulidas hachas prehistóricas
que llaman “piedras de rayo” en los tejados de los habitáculos
agropastoriles, ni conforman cruces de torvisco (“toña” le dicen
por el territorio de Las Hurdes), ni colocan tijeras en cruz clavadas
en el interior de las puertas.
Decía el humorista austriaco
Dirk Stermann que Mahatma
Gandhi se equivocó al afirmar aquello de
“cuando hay una tormenta, los pajaritos se esconden, pero las
águilas vuelan más alto”. Según Stermann, tenía que haber
dicho “los pajarracos” y no “los pajaritos”. Porque a los
pies de los caballos están, según opiniones vertidas periódicamente
por el pueblo, todos esos supuestos pajarracos que han enlodado sus
nidos con corruptelas que, en muchas ocasiones, han degenerado en
flagrantes corrupciones. Esas aves, que nadie diría que son de buen
agüero, se esconden de las atormentadas miradas de la ciudadanía y,
como no tienen elementos para conjurarlas, les persiguen hasta el
catre. Ahora, temblándoles las piernas al observar que, dentro de
10 meses, les volverán a pedir cuentas y que el viejo refrán
refiere que “mayo tormentoso con frecuencia es luctuoso”,
intentan ponerles tirantes a sus calzones, ya que los cinturones no
les sirven. Y, así, el señor Mariano
Rajoy Brey nos saca de la chistera lo de
reducir aforamientos, cuando él y los suyos han engordado por la vía
rápida, en estos últimos tiempos, tales privilegios, pasándose
infinidad de pueblos en relación con los países del entorno.
Parece ser que solo Dinamarca nos acompaña, en Europa, en lo tocante
a blindar exmandatarios. Nadie más, sean monárquicos o
republicanos. Por ello no es de extrañar que el exrey de Bélgica,
Alberto
II, tenga que afrontar ante un tribunal
ordinario una demanda de paternidad. O que Nicolás
Sarkozy, expresidente de la República
Francesa, haya sido arrestado e imputado por posible corrupción y
tráfico de influencias.
Otro antiguo adagio asevera que “tormentas de mayo:
más seguro en casa que en el prado”. Pero para arañar votos hay
que abandonar los televisores de plasma y salir a la pradera, por
donde deambula el pueblo indignado. Viendo que no las tienen todas
consigo, también se han sacado de la manga el darle unos interesados
retoques al sistema electoral, buscando que las borrascas de mayo
faciliten el gobierno del candidato más votado. Todo un golpe
antidemocrático. Ha echado cuentas la derecha y no le salen, porque
si los resultados de las europeas se trasladan a la próxima
primavera, los populares solo obtendrían mayoría absoluta en dos
capitales: Ceuta y Melilla. La debacle sería espantosa. Con su
mayoría absolutísima y a base de decretazos, aunque se queden más
solos que la una, son capaces de hacerle la peineta a la Democracia y
aprobar tales medidas.
Mientras, los candidatos del PSOE a ocupar la Secretaría
General de su partido rezan fervorosamente y repiten sin parar: “del
agua mansa me libre Dios, que de las tormentas de mayo me basto yo”.
Y es que, aunque lo disimulen con enternecedoras miradas, esconden
por detrás cuchillos cachicuernos que les dieron sus
correspondientes mesnadas. Solo a José
Antonio Pérez Tapias le enaltece una
límpida trayectoria socialista: posicionamiento claro contra la OTAN
(1986), a favor de los sindicatos en la huelga general del 14-D
(1988), contra la reforma del artículo 135 de la Constitución que
nos entregaba en manos de los mercados y el neoliberalismo y defensa
nítida de la celebración de un referéndum entre Monarquía y
República. Pero no cuenta con la bendición de los capitostes de la
socialdemocracia y sus rosados (de rojos, ¡nanay de la China!)
barones.
Mayo está a la vuelta de la esquina y muchos habrán de
pasar bajo las horcas caudinas. Hasta nuestro campechano Monago,
temiendo el vendaval del venidero mayo, anda encendiéndole una vela
a San Lázaro, de la que aseguran que aleja el temporal. Y si se
tercia -¿por qué no?-, otra al diablo. Ya ha declarado que a él
no le importaría pactar con la gente de “Podemos”. El caso es
hacer negocio electoral, sin mirar que el gato sea azul o rojo (lo de
blanco o negro se lo dejamos a Felipe
González, que tiene la patente). Por lo
que respecta a IU en nuestra tierra de fornidos alcornoques, ya puede
limpiar bien el jaral, apartándose de las malas compañías y,
fumigados los personalismos y las siglas, escuchar con atención esa
corneta que llama a converger, tarea encomendada a su carismático
camarada
Alberto Garzón. Tal vez, los
regionalistas del PREX, a los que se les supone cierta sensibilidad
escorada hacia la izquierda, también deberían oír el tararí de
esa corneta, si es que no quieren desaparecer bajo las no lejanas
turbulencias del mes de las flores, cuando es posible que se quiebre
el vuelo de las gaviotas y se agosten las rosas antes de tiempo.
Con Ti Leandro “Carreta”, que residió en el “Barrio
de la Encina”, cuyas casas bajaban desde el alto de “La Cuesta”
a beber en el arroyo “Pizarroso” y donde también vivían mis
abuelos maternos, hablé muchas veces. Mi paisano, nieto paterno de
Ti Manuel Miguel y de Ti
Cristina Caletrío (por el costado materno
lo era de Ti
Rafael Jiménez Sánchez y de Francisca
Jiménez), que dejó de contarlas el día
de San Cirión de 1984, me decía: “Pal agua atroná, mejol eh ná,
que nunca jué güena el agua agolpá”.