“Me despedí del
amo,/ya hice San Pedro;/la novía que tenía/ya no la tengo./¡Válgame
el señor San Juan!/¡Válgame el señor San Pedro!” Seguro que
esta coplilla la cantaría Saturnino
Martín Esteban en sus años mozos por las tabernas del lugar,
cuando la siega le daba algún respiro a finales de junio. Mañana
es San Pedro y el pasado martes fue San Juan. Hace 78 años, Ti
Saturnino “Baboso”, que es como lo conocían en el pueblo,
andaba encorvado tras los trigos en la finca del “Cuarto Real”,
propiedad de aquellos terratenientes que, en palabras del laureado
escritor José Saramago,
“engordaron, a lo largo de los años, a base de arrancar tiras de
piel a sus peones”. Rumores había ya de que aquel gran latifundio
iba a ser entregado a los jornaleros, yunteros y pequeños
campesinos. Don Faustino
Monforte poseía una gran parte de la tarta. Ti Saturnino
“Baboso”, el que había nacido en la misma fecha que moría
tuberculoso el compositor francés Léon
Boëllmann (1897), era un “máquina” en las faenas de la
siega. No había manijero como él en veinte leguas a la redonda.
Pero aquel junio de 1936 se resentía del lumbago.
El machaca
(autoritario capataz) de don Faustino Monforte le llamó al orden:
“-Siguru que, si tuviérah una tía güena embaju, tiraríah mejol
lah manáh, cumu el segaol de La Bahtarda (en alusión a un viejo
romance)”. Se revolvió Ti Saturnino, hijo de Ti
Francisco y Ti
María, y le refregó por la cara: “-Peru aquel segaol de
tantu apural, jincó el poleu, aunque se dehpachó bien dehpachau”.
Y, secándose el sudor, añadió: “-Y ménuh apural, que puedi sel
que se güelvan lah tórnah y moh toqui a ótruh apural a loh que
tantu habéih apurau siempri”.
Ya las hoces
duermen, oxidadas y llenas de telarañas, en los viejos corrales.
Desapareció el gremio de los diestros segadores, pero no los gordos
terratenientes, que incluso se han enriquecido aún más con las
ayudas de la Política Agraria Común (PAC), a la que algunos,
irónicamente, la conocen como la “Política Agraria Clasista”.
Así, la Casa de
Mora-Figueroa Domecq recibió, en 2011, cuatro millones de
euros; la Casa de Alba,
dos millones largos y el Marquesado
de Larios un millón por su dehesa de “Los Llanos”. Y
como ellos, otra gavilla de gente cortada por el mismo patrón, ya
fuere el Duque del
Infantado (casi dos millones),
Mario Conde (lleva ya la aristocracia en su apellido) y otros
grandes latifundistas andaluces, extremeños, salmantinos o
manchegos. Incluso la Compañía
de Jesús no le ha hecho ascos a los 213.242 euros apañados.
O sea sé: que el 16% de los beneficiarios de la PAC se quedan con
el 75% de las ayudas europeas. El 84% del sector tan solo recoge las
migajas del 25%. Y los peces gordos almacenan, además, otras
cuantiosas ayudas que se otorgan a sus empresas agroalimentarias.
Quienes dijeron que las políticas europeas, que se las guisan entre
el bloque de derechas y los socialdemócratas, están enriqueciendo
cada día más a los ricos y miserabilizando de manera galopante a
los más pobres llevaban más razón que un santo.
Ti Saturnino, nieto
paterno de un tal Máximo
Martín, oriundo de la ciudad de Béjar y que se vino a casar
con Manuela Sánchez,
moza del lugar, se habría escandalizado de escuchar esa cantidad de
desorbitados millones. En aquellos años 30 del pasado siglo,
nuestro desenvuelto manijero, nieto por parte de madre de Ti
Martín Esteban Domínguez y de Ti
Isabel Osuna, ganaba un escaso jornal que apenas le daba para
subsistir. Él y su mujer, Ti
Juana Plata García, natural de Ahigal y apodada “La
Picholeta”, no rebuscaban, como hoy en día, comida en los
contenedores, pero no faltaban los ahogos y los agobios.
El pueblo bajo y
campesino siempre tuvo hambre de tierras. Más que harto, siglo tras
siglo, de trabajar de sol a sol por cuatro céntimos mohosos y un
cuenco de gazpacho. Cuando intentaron redirmirles las izquierdas con
pedigrí, los golpistas asomaron sus calaveras. Hace 53 días, en el
Debate sobre el Estado de la Región, José
Antonio Monago daba la campanada y anunciaba que “Extremadura
devolverá al pueblo las tierras que tiene en propiedad el Gobierno
regional, a través de un Banco de Tierras”. Quienes lo escuchamos
no sabíamos si estábamos ante un Buenaventura
Durruti (“la emancipación de los trabajadores del campo
solo se podrá conseguir con una reforma agraria revolucionaria, que
devuelva la tierra a sus legítimos propietarios: los que la
trabajan”) o ante un José
Antonio Primo de Rivera (“hay que cancelar la obligación de
los yunteros y pequeños campesinos de pagar la renta a los grandes
propietarios. Hay que hacer la reforma agraria revolucionariamente,
imponiendo a los que tienen grandes tierras el entregar a los
campesinos la parte que les haga falta. Es preciso expropiar a los
terratenientes”).
Seguro que Ti
Saturnino “Baboso”, que se marchó para el castillo de Irás y No
Volverás un día de San Carpóforo de 1974, no habría entrado por
el aro en lo tocante a la entrega uno de esos 4000 huertos que
conformarán el Banco de Tierras de Monago, capaces, según dicen, de
vertebrar auténticos emprendedores agroecológicos. Suponemos que
tal iniciativa será algo así como el proyecto lúdico-educativo
“Huertos Tradicionales Extremeños”, emprendido por la Diputación
cacereña, el Ayuntamiento de Plasencia y el SEPAD. Huertecitos para
sembrar cuatro tomates y media docena de berenjenas. Pues de estos
minifundios los hay a patadas, llenos de zarzas y otras malezas, en
cualquiera de nuestros pueblos. Hasta los ceden a quienes los
quieran sembrar, con tal de mantenerlos limpios y cuidar de sus
paredes y arbolado. Ti Saturnino Martín Esteban y toda la inmensa
cuadrilla de diestros segadores ya tenían algún que otro huerto
para la subsistencia. Ellos buscaban (y hoy buscan sus
descendientes) la dignificación de su persona, que solo se puede
lograr cuando el hombre cuenta con los medios suficientes para vivir
con desahogo y no malvende su trabajo por un indigno jornal. El
pazguato paternalismo de los tomates y las berenjenas suena a ñoña
caridad y no a auténtica justicia distributiva.
Los que batallan
porque el sudor del pueblo tenga su justa recompensa están en la
otra acera. Eso lo sabían muy bien Ti Saturnino y los segadores
diestros, que no por diestros eran de derechas. Puede que esos
batalladores lleven coleta o tengan la valentía de dimitir
radicalmente cuando el Parlamento Europeo, a sus espaldas, les ha
gestionado, sin escrúpulos algunos, fondos de pensiones en alguna
que otra sicav ubicada en paraísos fiscales (otros afectados siguen,
como garrapatas, agarrados a sus sillones). O aquellos otros
barbados socialistas, tal que José
Antonio Pérez Tapias, que sienten rubor ante otros que han
hecho del PSOE patética merienda y que, encima, intentan mutilar los
puños que mantienen las rosas de los que no nacieron para títeres
de ejecutivas que contaminan todo lo que tocan.
Nosotros esperamos
volver a ver caras como las de aquellos segadores de la Siberia
extremeña, que quedó en la zona republicana cuando la Guerra, y que
cantaban, sudorosos pero alegres, cantares adobados con guisos
justicieros: “De San Juan a San Pedro/van cinco días./Tierras que
eran del amo,/ahora son mías”.