Como Quirino
Martín Cáceres aparece en el acta de nacimiento. Como
Aquilino en la de
defunción. Pero en el pueblo siempre fue Ti
Quilino “Polla”. Casado con Ti
Jacinta “La Carnicera”, padres que fueron de ocho hijos;
entre ellos, la renombrada vidente Ti
Eufrasia “La Chata”. Ti Quilino era segundo teniente de
alcalde en 1936, por el Frente Popular. A él se le encomendó
dirigir el asentamiento de yunteros y braceros en la finca “Cuarto
Real”, un enorme latifundio en términos de La Oliva de Plasencia.
El director general de la Reforma Agraria Republicana había otorgado
150 fanegas de marco provincial de la mentada finca para ser
sembradas y cosechadas por los jornaleros y pequeños campesinos del
lugar. Pero Ti Quilino se tomó la justicia por su mano y las amplió
a 325. Cuando algunos ingenieros de la Reforma Agraria se personaron
en la población, Ti Quilino “Polla” lo dejó muy claro:
“Nusótruh, señórih, hémuh depositau toa la confianza en la
República Ehpañola. No moh conformámuh con lah migájah, que,
cumu jambriéntuh de sígluh, lo que querémuh eh una güena rebaná”.
Y Ti Quilino, el hijo de Ti
Manuel Martín Barroso y Ti
Aurelina Cáceres Sánchez, les dio a entender que si, durante
siglos y siglos, cuatro terratenientes se habían comido las mejores
tajadas y ellos, los pobres parias, casi ni habían podido
“arrebañal loh güésuh”, iba siendo como hora de que “se
golvieran lah tórnah, de dali la güelta a la tortilla”.
El pasado lunes,
día 14 de abril, celebramos el 84 aniversario de la instauración de
la II República, aquella que, cuando estuvo gobernada por la
izquierda, intentó resolver el problema de la tierra. En 1932 el
gobierno republicano, presidido por Azaña,
dio a luz al Instituto de Reforma Agraria y al Banco Nacional Agrario
y se inician los asentamientos de campesinos en latifundios
expropiados. Pero la lentitud es pasmosa, lo que suscita agrias
críticas de la CNT. Incluso José
Antonio Primo de Rivera, lanza la voz a los cuatro vientos:
“Hay que hacer una reforma agraria revolucionariamente. Las que
rigen ahora, a base de pagar a los dueños el precio entero de sus
tierras, son una befa para los labradores. Habrán pasado doscientos
años y la reforma agraria estará por hacer”. Y lo que casi no
había comenzado se trunca durante el bienio negro, con las derechas
en el poder, que se sacan de sus parásitas chisteras la Ley de
Contrarreforma Agraria. Cuando en febrero de 1936 gana el Frente
Popular las elecciones, se les hinca el diente a los 99 nobles que,
con categoría de Grandes de España, poseían ellos solos más de
577.000 hectáreas de tierra. Se asientan a 72.000 yunteros y
braceros. Desgraciadamente, el golpe de Estado del general Franco
y sus secuaces abortó tan
justiciero proyecto, devolviéndose las tierras a sus acaudalados
propietarios.
No solo acometió
el problema de la tierra la II República, pues como bien dice el
profesor de Historia Contemporánea Francisco
Erice, el gobierno republicano de izquierdas “representa un
proceso de modernización y cambio social importantísimo. Es el
primer régimen que intenta sustituir el dominio de las viejas
oligarquías por un gobierno auténticamente representativo”.
Vergonzoso que, hoy en día, salgan por doquier conversos que,
militando en partidos con tradición republicana, lleguen al orgasmo
al copular contra natura con los regímenes monárquicos. Patéticas
fueron las palabras de Rodríguez
Ibarra en la Sexta Noche de hace un par de sábados. Puso en
solfa a la República y dio en soñar bobaliconamente con la dinastía
borbónica. Y cuando tocó a rebato para que el PSOE emocionara a la
juventud, no quiso o no supo decir que la juventud española da un
rotundo suspenso a la Monarquía. ¡Menudo rey mago está hecho él
con aquello de que el PP es primo hermano del PSOE! ¿Qué pensarán
los socialistas que van a peonza de tales exabruptos? El codearse con
malas compañías trae pérfidas consecuencias. Y si no que se lo
pregunte a su íntimo Felipe
González. Más le
valía a ambos que escucharan a la escritora Juana
Salabert: “La II República es una herencia moral, un legado
que debemos mantener absolutamente vivo en nuestro día a día
ciudadano y político”.
Ti
Quilino “Polla” ya era cuarentón en el año 36, cuando 3
duques, 1 duquesa (la de Plasencia), 5 marqueses, 1 marquesa (la de
Mirabel) y 1 conde, todos Grandes de España, poseían solo en la
provincia de Cáceres 170.924 hectáreas de tierra. Terratenientes
absentistas que solo acudían a Extremadura a celebrar festejos y a
sus cacerías. Nuestro paisano, que “jincó el poleu” el segundo
día de la feria de Ahigal, en septiembre de 1959, hablaba de los
“jambriéntuh de sígluh”. El hambre aún no está saciada,
aunque los bien nacidos y criados en cunas de alta alcurnia tengan
los estómagos más que llenos y compartan sus manjares con los
conversos, urente calaña esta bien fotografiada literariamente por
el filósofo francés Jean
Lucien Arréat: “Si en la república de las plantas
existiese el sufragio universal, las ortigas exiliarían a las
rosas”. Alerta, pues, los socialistas de buen corazón que no
quieren que se ajen las rosas entre el sudor de sus puños. Ti
Quilino “Polla” jamás lo
permitiría.
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