lunes, 14 de julio de 2014

EL PARAÍSO DE LA MEMORIA

A menos de media hora con regular paso, yendo en las abarcas de San Fernando, se encuentra el pueblo de Ahigal. Allí, como en tantos otros, no dan el tratamiento de “Ti” a las personas entradas en edad, sino el de “Tío” (o “Tía”, depende del sexo). Por ello, a Julián Palomero Díaz, nonagenario ya, le dicen Tío Julián, añadiéndole, como mote, el de “Cincuníuh” (Cinco Nidos). Con él, he conversado más de dos veces algún que otro domingo en el bar de Julio “Cuadrao”, personaje que tiene un sí es no es de quijotismo bajo algunas lunas y una pluma bastante desenvuelta. Tío Julián presenció, como soldado, la rendición de la 4ª Brigada Mixta del Ejército Republicano en el frente de Extremadura, destacada en la población pacense de Siruela. Concretamente, su regimiento fue el encargado de desarmar, en el pueblo de Sancti Spíritu, los Servicios de Intendencia que estaban bajo la responsabilidad del comandante Marcial Gutiérrez Gómez y de su hermano Enrique, que era el vicecomandante de la compañía. Faltaban cuatro días para terminar la Guerra.

Había más paisanos de Marcial y de Enrique en la compañía. En el fatídico año de 1936, los primos Miguel Calvo Corrales y Jesús Sánchez Calvo, que habían huido del arado y andaban buscando mejor porvenir por los Madriles, se sumaron, voluntarios, a la tropa que mandaba su paisano Marcial. Ambos, después de pasar por el penoso campo de concentración de Castuera, quedaron en libertad, no así los hermanos Gutiérrez Gómez, que por tener estrellas en las bocamangas pasaron del campo a una prisión, en Barcelona.
A Jesús Sánchez Calvo, del clan de “Los Sacristanes” del lugar, hijo de Ti Juan Sánchez Gutiérrez y de Ti Florencia Calvo Dosado, le conocí cuando, después de casado y marchando bien en sus negocios por Madrid, se acercaba, sin falta y religiosamente, al pueblo, en las fiestas septembrinas del Cristo. Había nacido el mismo día en que moría el revolucionario ruso Gueoirgui Plejánov, en el año en que hacía estragos la pandemia conocida como “Gripe española de 1918”. Jesús “El Sacristán” era republicano y ferviente católico. Cuando falleció el día de San Balsemio de 1989, dos curas y parientes suyos, Fausto Sánchez Dosado y Florentino Dosado Gómez, le dedicaron, en la revista “La Buranca”, sentidos panegíricos.
Tanto Tío Julián como Jesús Sánchez me narraron las monstruosas barbaries que les tocó ver, oír, palpar, oler y saborear en la inhumana Guerra Civil, cuando cuatro espadones y prietas filas de negras escuadras llenaron de luto y sangre los pueblos de España. “Me s,empeluzcan lah cárnih -me relataba Tío Julián- na,más de recordal aquellu. ¡A cuántuh probecítuh pol un treh y ná leh dierun cuatro tíruh y loh jundearun a una cuneta, sin juiciu, sin confesión y sin ná!” Y Jesús “El Sacristán” me refería que él había visto, al principio de la Guerra, tomarse la justicia por su mano a cuatro exaltados, pero que, luego, el Gobierno Republicano acabó con aquellos desmanes. Más tarde, al tomar las tropas republicanas varios pueblos en la llamada Batalla de Valsequillo, Jesús también se rasgó las vestiduras al oír contar a vecinos de varias localidades cordobesas y pacenses las atrocidades cometidas por los fascistas. Triunfaron éstos y, desgraciadamente, siguieron matando. Los últimos estudios publicados sobre la represión en la Guerra Civil, actualizados el 7 de julio de 2013, cargan sobre el bando republicano 44.000 muertes, producto de la represión. Pero el bando franquista tiene en su haber más de 150.000 víctimas, gran parte de ellas asesinadas sin juicio alguno y arrojadas en antiguas minas, barrancos y cunetas. Todavía en el año 1945 se firma la sentencia a muerte de 11.507 españoles.

Jesús Sánchez Calvo, el nieto, por la rama paterna, de Ti Miguel Sánchez Martín y de Ti María Gutiérrez Gutiérrez (de la materna lo era de Ti Miguel Calvo Martín y de Ti María Dosado Jiménez), era muy consciente de todo ello. Él nunca renegó de su republicanismo y de su catolicismo, al igual que el general Antonio Escobar Huerta, que fue quien dirigió la Ofensiva Republicana de Valsequillo. Pero Franco, que se enorgullecía de ser católico, apostólico y romano, no tuvo empacho en hacerle fusilar en los fosos del castillo de Montjuic el 8 de febrero de 1940. Los vencedores ofrecieron todo tipo de vítores y loores a sus caídos. Les dieron ceremoniosos enterramientos. Y convirtieron la Cruz, que siempre fue un signo de reconciliación, en la sectaria “Cruz de los Caídos”, bajo la que aparecían tan solo los nombres de los que perdieron la vida en el mal llamado “Bando Nacional”, como si los que cayeron defendiendo el legítimo gobierno de la II República no fuesen españoles, ni cristianos, ni dignos de una humilde tumba en los camposantos de sus pueblos.

Cierto es que, como dice el poeta griego y Nobel de Literatura Giorgios Seferis, “allí donde la toques, la memoria duele”. Claro que duele, sobre todo a aquellos que aún esperan, después de tantos años, que los restos de sus padres y abuelos puedan descansar en una tumba donde se pueda depositar un ramo de flores. Pero sueltas andan todavía mesnadas e incluso gente con responsabilidades de Gobierno que no han querido condenar la Guerra Civil y sus causas, ni el oscurantismo dictatorial que las siguió. ¿Cómo pedirle a personas que tienen el atrevimiento de retratarse con el brazo en alto y al lado de banderas del aguilucho o que mandan dedicar recientemente una calle a Franco, el que tengan un mínimum de sensibilidad ante la Memoria Histórica? Porque hechos como éstos se están sucediendo a diario, bien sea en Atienza, en Gandía, en Talavera la Nueva, en Xátiva, en Beade, en Baralla o en Reíllo, por citar tan solo algunos ejemplos. Y en la mayoría de los casos, llevados a cabo por militantes de las Nuevas Generaciones del Partido Popular e incluso por cargos institucionales de tal formación política.

El celebrado escrito checo Milan Kundera afirmaba que “la vida es la memoria del pueblo, la conciencia colectiva de la comunidad histórica, el modo de pensar y de vivir”. ¿Por qué se empeñan algunos en que no tengamos memoria? Nos quieren amnésicos, para que no podamos señalar con nuestros dedos índices la barbarie genocida u otros indignantes claroscuros que se han ido perpetrando a lo largo de la historia, donde se incluyen actuales meses y actuales días. Tal vez, por ello, las prisas en tanto blindaje y aforamiento.
Pero tal vez nuestra Extremadura, donde nuestros barones rojos y sus segundones tienen un pelín de libertinos libertarios (dicho sea sin ofender), pueda ser un ejemplo para el resto del país. Entre estos surcos milenarios nacen individuos que de levantar el brazo en alto y lucir nostálgicas camisetas han pasado a fotografiarse con gente del colectivo de gais y lesbianas, bajo una bandera de tal asociación. ¿Será cierto que han dejado en el baúl de los recuerdos saludos e indumentarias fascistas, o tan solo es una meditada pose para arañar el mayor número de votos? Si fueron sinceros, intenten reconvertir a sus colegas y, ya que algunos tienen cargos institucionales, pongan todos los medios a su alcance para que la generalidad de los vecinos de Villafranco del Guadiana y Guadiana del Caudillo aborrezcan del nombre de sus pueblos. Que lo hagan por ética y estética. ¿Algún europeo, que no sea de la extrema derecha, puede concebir hoy en día que en Alemania haya algún pueblo que se pudiera llamar Thüringen de Hitler o Friburgo del Führer, o en Italia alguna villa con el nombre de Perugia de Mussolini o Grosseto del Duce…?



Aseveraba el escritor alemán Paul Jean que “la memoria es el único paraíso del que no podemos ser expulsados”. Nadie ha nacido todavía capaz de encontrar la espada de fuego con que el arcángel Jofiel arrojó a Adán y Eva del Paraíso Terrenal. Eso lo sabía muy bien Jesús “El Sacristán” y también aún lo sabe Tío Julián “Cincuníuh”. Descanse en paz el primero, y los dioses otorguen larga vida al segundo.

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