A
menos de media hora con regular paso, yendo en las abarcas de San
Fernando, se encuentra el pueblo de Ahigal. Allí, como en tantos
otros, no dan el tratamiento de “Ti” a las personas entradas en
edad, sino el de “Tío” (o “Tía”, depende del sexo). Por
ello, a Julián
Palomero Díaz, nonagenario ya, le dicen
Tío Julián,
añadiéndole, como mote, el de “Cincuníuh”
(Cinco Nidos). Con él, he conversado más
de dos veces algún que otro domingo en el bar de Julio
“Cuadrao”, personaje que tiene un sí
es no es de quijotismo bajo algunas lunas y una pluma bastante
desenvuelta. Tío Julián presenció, como soldado, la rendición de
la 4ª Brigada Mixta del Ejército Republicano en el frente de
Extremadura, destacada en la población pacense de Siruela.
Concretamente, su regimiento fue el encargado de desarmar, en el
pueblo de Sancti Spíritu, los Servicios de Intendencia que estaban
bajo la responsabilidad del comandante Marcial
Gutiérrez Gómez y de su hermano Enrique,
que era el vicecomandante de la compañía. Faltaban cuatro días
para terminar la Guerra.
Había más paisanos de Marcial y de Enrique en la
compañía. En el fatídico año de 1936, los primos Miguel
Calvo Corrales y
Jesús Sánchez Calvo, que habían huido
del arado y andaban buscando mejor porvenir por los Madriles, se
sumaron, voluntarios, a la tropa que mandaba su paisano Marcial.
Ambos, después de pasar por el penoso campo de concentración de
Castuera, quedaron en libertad, no así los hermanos Gutiérrez
Gómez, que por tener estrellas en las bocamangas pasaron del campo a
una prisión, en Barcelona.
A
Jesús Sánchez Calvo, del clan de “Los
Sacristanes” del lugar, hijo de Ti
Juan Sánchez Gutiérrez y de Ti
Florencia Calvo Dosado, le conocí cuando,
después de casado y marchando bien en sus negocios por Madrid, se
acercaba, sin falta y religiosamente, al pueblo, en las fiestas
septembrinas del Cristo. Había nacido el mismo día en que moría
el revolucionario ruso Gueoirgui
Plejánov, en el año en que hacía
estragos la pandemia conocida como “Gripe española de 1918”.
Jesús “El Sacristán” era republicano y ferviente católico.
Cuando falleció el día de San Balsemio de 1989, dos curas y
parientes suyos, Fausto
Sánchez Dosado y Florentino
Dosado Gómez, le dedicaron, en la revista
“La Buranca”, sentidos panegíricos.
Tanto Tío Julián como Jesús Sánchez me narraron las
monstruosas barbaries que les tocó ver, oír, palpar, oler y
saborear en la inhumana Guerra Civil, cuando cuatro espadones y
prietas filas de negras escuadras llenaron de luto y sangre los
pueblos de España. “Me s,empeluzcan lah cárnih -me relataba Tío
Julián- na,más de recordal aquellu. ¡A cuántuh probecítuh pol un
treh y ná leh dierun cuatro tíruh y loh jundearun a una cuneta, sin
juiciu, sin confesión y sin ná!” Y Jesús “El Sacristán” me
refería que él había visto, al principio de la Guerra, tomarse la
justicia por su mano a cuatro exaltados, pero que, luego, el Gobierno
Republicano acabó con aquellos desmanes. Más tarde, al tomar las
tropas republicanas varios pueblos en la llamada Batalla de
Valsequillo, Jesús también se rasgó las vestiduras al oír contar
a vecinos de varias localidades cordobesas y pacenses las atrocidades
cometidas por los fascistas. Triunfaron éstos y, desgraciadamente,
siguieron matando. Los últimos estudios publicados sobre la
represión en la Guerra Civil, actualizados el 7 de julio de 2013,
cargan sobre el bando republicano 44.000 muertes, producto de la
represión. Pero el bando franquista tiene en su haber más de
150.000 víctimas, gran parte de ellas asesinadas sin juicio alguno y
arrojadas en antiguas minas, barrancos y cunetas. Todavía en el año
1945 se firma la sentencia a muerte de 11.507 españoles.
Jesús Sánchez Calvo, el nieto, por la rama paterna, de
Ti Miguel
Sánchez Martín y de Ti
María Gutiérrez Gutiérrez (de la
materna lo era de Ti
Miguel Calvo Martín y de Ti
María Dosado Jiménez), era muy
consciente de todo ello. Él nunca renegó de su republicanismo y de
su catolicismo, al igual que el general Antonio
Escobar Huerta, que fue quien dirigió la
Ofensiva Republicana de Valsequillo. Pero Franco, que se
enorgullecía de ser católico, apostólico y romano, no tuvo empacho
en hacerle fusilar en los fosos del castillo de Montjuic el 8 de
febrero de 1940. Los vencedores ofrecieron todo tipo de vítores y
loores a sus caídos. Les dieron ceremoniosos enterramientos. Y
convirtieron la Cruz, que siempre fue un signo de reconciliación, en
la sectaria “Cruz de los Caídos”, bajo la que aparecían tan
solo los nombres de los que perdieron la vida en el mal llamado
“Bando Nacional”, como si los que cayeron defendiendo el legítimo
gobierno de la II República no fuesen españoles, ni cristianos, ni
dignos de una humilde tumba en los camposantos de sus pueblos.
Cierto es que, como dice el poeta griego y Nobel de
Literatura
Giorgios Seferis, “allí donde la
toques, la memoria duele”. Claro que duele, sobre todo a aquellos
que aún esperan, después de tantos años, que los restos de sus
padres y abuelos puedan descansar en una tumba donde se pueda
depositar un ramo de flores. Pero sueltas andan todavía mesnadas e
incluso gente con responsabilidades de Gobierno que no han querido
condenar la Guerra Civil y sus causas, ni el oscurantismo dictatorial
que las siguió. ¿Cómo pedirle a personas que tienen el
atrevimiento de retratarse con el brazo en alto y al lado de banderas
del aguilucho o que mandan dedicar recientemente una calle a Franco,
el que tengan un mínimum de sensibilidad ante la Memoria Histórica?
Porque hechos como éstos se están sucediendo a diario, bien sea en
Atienza, en Gandía, en Talavera la Nueva, en Xátiva, en Beade, en
Baralla o en Reíllo, por citar tan solo algunos ejemplos. Y en la
mayoría de los casos, llevados a cabo por militantes de las Nuevas
Generaciones del Partido Popular e incluso por cargos institucionales
de tal formación política.
El celebrado escrito checo Milan
Kundera afirmaba que “la vida es la
memoria del pueblo, la conciencia colectiva de la comunidad
histórica, el modo de pensar y de vivir”. ¿Por qué se empeñan
algunos en que no tengamos memoria? Nos quieren amnésicos, para que
no podamos señalar con nuestros dedos índices la barbarie genocida
u otros indignantes claroscuros que se han ido perpetrando a lo largo
de la historia, donde se incluyen actuales meses y actuales días.
Tal vez, por ello, las prisas en tanto blindaje y aforamiento.
Pero tal vez nuestra Extremadura, donde nuestros barones
rojos y sus segundones tienen un pelín de libertinos libertarios
(dicho sea sin ofender), pueda ser un ejemplo para el resto del país.
Entre estos surcos milenarios nacen individuos que de levantar el
brazo en alto y lucir nostálgicas camisetas han pasado a
fotografiarse con gente del colectivo de gais y lesbianas, bajo una
bandera de tal asociación. ¿Será cierto que han dejado en el baúl
de los recuerdos saludos e indumentarias fascistas, o tan solo es una
meditada pose para arañar el mayor número de votos? Si fueron
sinceros, intenten reconvertir a sus colegas y, ya que algunos tienen
cargos institucionales, pongan todos los medios a su alcance para que
la generalidad de los vecinos de Villafranco del Guadiana y Guadiana
del Caudillo aborrezcan del nombre de sus pueblos. Que lo hagan por
ética y estética. ¿Algún europeo, que no sea de la extrema
derecha, puede concebir hoy en día que en Alemania haya algún
pueblo que se pudiera llamar Thüringen de Hitler o Friburgo del
Führer, o en Italia alguna villa con el nombre de Perugia de
Mussolini o Grosseto del Duce…?
Aseveraba el escritor alemán Paul
Jean que “la memoria es el único
paraíso del que no podemos ser expulsados”. Nadie ha nacido
todavía capaz de encontrar la espada de fuego con que el arcángel
Jofiel
arrojó a Adán y Eva del Paraíso Terrenal. Eso lo sabía muy bien
Jesús “El Sacristán” y también aún lo sabe Tío Julián
“Cincuníuh”. Descanse en paz el primero, y los dioses otorguen
larga vida al segundo.
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