lunes, 26 de mayo de 2014

¡VOTAD, VOTAD, MALDITOS!

La Pingolla: ¡VOTAD, VOTAD, MALDITOS!

Aquella confederación heterodoxa fue creciendo por los años 80 del pasado siglo y llegó a contar con más de 300 socios.  Era asamblearia, autogestionaria y eminentemente popular.  Tomó aires en torno a unas capeas incruentas e íntimamente ligadas a la idiosincrasia vecinal.  Tuvo dos presidentes:  Valerio Corrales Montero, más conocido por Valerio “Carioca” y Pedro Montero Corrales, del clan vecinal de “Los Camilones”.  La asociación dio vida a las “Fiestas del Emigrante” o “Fiestas de Agosto”, cuyo espíritu primitivo se ha perdido por completo.  En una de ellas, varios vecinos sacaron sus antiguas indumentarias de los arcones y, en la plaza mayor, bajo los sones del celebrado tamborilero Luis Martín Domínguez (mejor, Ti Luis “Bulla”), trenzaron sus pies con jotas, “tálamuh”, “perantónih”, “corríuh” y otros bailes.  Se les entregaron unos galardones en el bar del “Tejero”, llamado así no para recordar la negra y franquista figura del teniente coronel golpista, sino porque el dueño de tal casino era Ti Teodoro Paniagua Díaz, cuyos padres llevaban el tejar que había en la dehesa boyal, junto a la “Laguna del Ositu”.  Entonces, metido el personal en jaleo, la vecina Rufina Corrales Calle, con renombrada fama de saber muchos y viejos cantares y a la que apodaban cariñosamente “La Gata”, me cantó por la bajini (la sombra de la dictadura continuaba siendo alargada) unas contestatarias coplas: “Gil Robles nos pide el voto/a los pobres desgraciaos./Pues yo boto de alegría,/que el voto no se lo he dao”. Y continuaba con el estribillo: “Yo me lo comía,/yo me lo guisaba,/yo voto a quien quiera:/soy republicana”.
Otras coplillas también se las traían: “Calvo Sotelo predica/que vuelva el rey don Alfonso./¡Qué buena yunta los dos/para romper los matochos!”  Al terminar, Ti Rufina me encareció:  “Hijo, precura no cantal pol lah tabérnah éhtah cóplah ni que a mí me aseñalin con el deu, que entoavía quea simienti de la mala”.  Treinta años después de la advertencia, aún sigue quedando.

     Votos y más votos.  El día 25 de mayo, a las urnas.  Ti Rufina “La Gata”, la hija de Ti Casildo Corrales Clemente y de Ti Enriqueta Calle Esteban y que vio la luz el mismo día en que moría el afamado músico conocido como “El Tío de la Tiza”, allá por agosto de 1912, metía en danza a los “pobres desgraciaos” que sabían muy bien lo que votaban.  ¿Acaso saben, hoy en día, gran parte de nuestros votantes lo que votan?  En 1969, el director de cine Sydney Pollack rodó la película “¡Danzad, danzad, malditos!”, donde se muestra un espectáculo cruel y degradante, todo un circo humano en torno a un baile marathoniano, con el fin de conseguir gratuitamente los elementos básicos de la supervivencia. Todo transcurre durante la Gran Depresión en los EEUU de Norteamérica.  Tiempos depresivos y calamitosos son también los que arrastramos ahora.  De vivir el cineasta Pollack, seguramente habría filmado una segunda parte, con el título de “¡Votad, votad, malditos!”

    Me veo ya venir a muchos “pobres desgraciaos”, con la papeleta en la mano y dirigiéndose a su colegio electoral.  Elecciones europeas cuando Europa, en muchos aspectos, continúa empezando en los Pirineos.  ¡Adelante con los faroles!  ¡Hala, votad, votad, malditos!  Malditos, sí, porque, en el fondo, sois muchos de vosotros unos apestados a quienes los mercados, la “Troika”, los grandes depredadores financieros y sus vasallos neoliberales (derechas europeas y paniaguadas socialesdemocracias) os pisotean como malditos gusanos y os apartan como apestados por la plaga de Justiniano.  Id a votad, malditos, a quienes traicionaron a este pueblo cada vez más proletarizado y ahora se sientan en mullidos y bien pagados sillones de las Eléctricas y otras multinacionales.  Votad a esos que se escandalizan porque hay gente que quema los contenedores, pero no se mesan los cabellos ni se desgarran las vestiduras porque haya seres humanos que tienen que rebuscar entre tales contenedores para poder subsistir.  Echad vuestro voto a favor de aquellos que defienden con uñas y dientes el bipartidismo y no dejan paso a otras formaciones políticas para debatir en la televisión pública los problemas del país.

     ¡Votad, votad, malditos!  Sí, a los que, encaramados en sus torres de marfil, orgasman ante sus egolatrías y egocentrismos, atomizando el voto de los desheredados, creando minúsculos minipartidos y poniéndoselo a huevo a una derecha, donde se cobijan todos los ultramontanos, nostálgicos del franquismo y casposos de la nación.  Demostrad que sois malditos, que estáis maldecidos pero le laméis las suelas de sus botas, a todos esos que pretenden formar, en un futuro no lejano, la gran coalición PP-PSOE, a fin de no pisarse los callos de sus bastardos intereses.  Ya lo decía el poeta y ensayista francés Paul Valéry: “La coalición política es el arte de llevar el zapato derecho en el pie izquierdo sin que salgan callos”.  Votad, mis malditos desgraciados, a todos esos que buscan un sistema de elecciones oligárquico y fraudulento y pretenden vertebrar una partidocracia que no es otra cosa que una dictadura disfrazada.

     También yo tengo algo de maldito, pero de aquel malditismo en el que se zambullían poetas como Paul Verlaine, Baudelaire, Arthur Rimbaud, John Keats  o Leopoldo María Panero.  Y soy maldito sin beber absenta, sino vino de pitarra.  Y tal malditismo me lleva a estar, al igual que Ti Rufina “La Gata”, la que nos dejó un día de San Rogaciano de 1999, con aquellos “pobres desgraciaos” de los años de la República.  “Desgraciaos” que cantaban, como de sobra lo demostraba mi paisana, aquello de:  “En el pueblo del Pozuelo,/los ricos con las derechas./A los suyos nos los voto,/que me comen la merienda”.  Y seguía el estribillo: “Yo me lo comía,/yo me lo guisaba,/yo voto a quien quiero./Soy republicana…”

     Francisco de Quevedo comentaba: “Yo no hago chistes.  Simplemente observo al Gobierno y cuento los hechos”.  Triste y trágico chiste sería que de las urnas del 25 de mayo saliera una Europa de los mercados y no de los pueblos.  Trágico y triste sería que el resultado de los votos diera la razón al libertario “Manifiesto de los Treinta”:  “La papeleta electoral es el signo de la esclavitud política, así como el salario lo es de la esclavitud económica.  Todo hombre que estime en algo su dignidad debería alejarse de la urna electoral como nos alejamos de todo lo que degrada y mancilla”.  Y, a veces, pienso en la mucha razón que amparaba a los treintistas.

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