domingo, 2 de marzo de 2014

TODO EL AÑO ES CARNAVAL

La Pingolla: TODO EL AÑO ES CARNAVAL, publicada el 1 de marzo de 2014.


De noche, bajo la helada. Las mortecinas luces de las calles apenas alumbraban. Mi padre, con un haz de bálago bajo el brazo, se dirigía a hacer el aguardiente. Yo era pequeño y le acompañaba. La fabricación artesanal del orujo se hacía de forma clandestina. Isidoro Casas Gutiérrez, al que se le conocía vecinalmente como Ti Sidoru “Pelos Malos”, era el aguardentero que tenía el alambique. Alto y reseco, de pelo áspero y rebelde y con dos brazos que parecían dos sarmientos. Cuando ya peinó muchas canas y su boca, grande como la de un capacho y siempre risueña, se quedó sin dientes, me contó muchas cosas. Siempre le había gustado hacer “la antruejá”. Él era puro carnaval y aún le recuerdo un año, en carnestolendas, con un artilugio semejante a una vieja máquina de retratar, con sus patas de trípode, que, al colocarse la gente ante ella, soltaba un frío chorro de agua, empapando a los que, chulamente, posaban. “Me guhtaban muchu loh carnaválih –me refería-, peru el añu dispué de la Guerra los guárdiah me metierun en el calabozu pol jadel la antruejá”. Y supe por él que se cubrió toda la cabeza, las piernas y los brazos con plumones de las gallinas. “Jidi cumu un pegamentu con sarrina de loh ciruéluh y me apegué múchuh prumónih, que loh llamámuh agüelítuh cánuh y, con Ti Jeremia “La Grilla”, que iba vihtía de güevera, íbamuh pol lah cállih echandu puñáuh de prumónih pa lo altu y venga a cantal aquellu de <El mi agüelitu canu,/no vaígah pal cielu,/c,allí ehtá Bolicu,/el lobu lobatu,/el lobu loberu,/cabeza de jierru/cabeza jerreru,/te tira un viaji,/te meti un bocau,/te quea alobadau/ y adiós el mi agüelu”>.
Años oscuros y de miedo. El romance lorquiano de la Guardia Civil española seguía extendiendo su represiva sombra por calles y plazuelas. Habían prohibido el carnaval y sus máscaras. A Ti Isidoro, al igual que a Antoñito el Camborio, “guardia civil caminera lo llevó codo con codo”. Y se chupó todos los carnavales en el calabozo. A aquellos aciagos años parece que volvemos ahora, porque, desgraciadamente, toda una pandilla de las que se hace llamar gente de orden (de “su orden”, claro está) ha montado un perverso carnaval que es la antítesis de los auténticos antruejos. Para éstos, como escribía Mariano José de Larra el 14 de marzo de 1833, “todo el año es carnaval”. Se enmascaran de píos y beatas para invocar a no sé cuantas vírgenes y santas y colgarles áureas medallas. Y aquel mozo progre y niño pera que hoy es ministro de Justicia y enseñó su verdadera faz, se pone la más fea de las caretas para cepillarse la Justicia Universal. Ya pueden juristas de prestigio clamar contra esa retrógrada reforma, que dificultará la investigación de los delitos del crimen organizado, como es el caso del narcotráfico, y que dejará desprotegidas a las mujeres víctimas de la mutilación genital o que sufren explotación sexual, entre otras muchas barbaries. ¿A qué extrañarse de este horroroso carnaval? Es la derecha la que tiene las riendas del poder y es consecuente con su ideología, con su tufo cavernario, sus cenizas y cilicios y su cara avinagrada.
Dice un viejo refrán que “no hay carnaval sin cuaresma”. Pues para los que amagan con el palo al pueblo y ni siquiera ofrecen la zanahoria, su antropófago carnaval es una eterna cuaresma. Larra, bajo el seudónimo de “El Pobrecito Hablador”, decía: “en todas partes hay máscaras todo el año. Sal a la calle y las verás de balde”. Cuán cierto es: basta con mirar los rostros, que ya de por sí son verdaderas máscaras, de esos pinochos que, en palabras de su condottiero, Mariano Rajoy, dicen haber cruzado ya el cabo de Hornos. ¿Por qué no se bajan de sus pedestales y se acercan a los comedores sociales, a los campamentos Dignidad de nuestra bellotera tierra (criminalizados, incluso, por una tal ortodoxa izquierda) y a las kilométricas colas del paro?


    A Ti Sidoru “Pelos Malos”, auténtico Alonso Quijano redivivo, siempre con la sonrisa en sus mutiladas encías, al que le mataron a su hermano Pablo, sargento del Tercio, en febrero de 1937, defendiendo el espolón del Pingarrón, le metieron en el calabozo por hacer los carnavales. A otros por hacer esa carnavalada que se ríe sádicamente de la clase trabajadora, a la que invitan a joderse, la aplauden hasta romperse las manos sus disciplinadas harcas y, traicionando a los suyos, les llenan las urnas de papeletas aquellos que, en palabras del economista y humanista José Luis Sanpedro, les pisan el cuello con sus negras botas y, encima, les lamen las suelas. Otro adagio relata que “al perro y al carcamal los mantean por carnaval”. Pues a tiempo estamos ahora, cuando don Carnal recorre nuestras villas y lugares, de mantear (las guillotinas, para otro momento) a tanto carcundia, carcamal y sacamantecas como anda suelto.

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