La Pingolla: EL PUEBLO EN ARMAS, publicada el 22 de marzo de 2014.
Había nacido un día de San Antonio de 1922. Por ello, se llamaba Antonio. Por apellidos, Pérez Esteban. Todos le decían Ti Antonio “El Liebro”. Nieto por el costado materno de Librada y Baldomero. Por el paterno, de Celedonia y Félix. Hijo de Sotera y de Manuel. Pronto se quedó sin padre. Su madre contrajo nuevas nupcias y pasó a ser su padrastro Florencio Esteban Gutiérrez, concejal republicano y apodado El Astrágalo, quien le aleccionó adecuadamente. Ti Antonio aún no había cumplido los 20 años cuando andaba moceando por el rodeo del ejido el día de la Feria Nueva, la que consiguió el ayuntamiento republicano del lugar antes de que una serie de genocidas generales se alzaran contra el Gobierno legítimamente constituido. Por allí andaban un par de señoritas (boina roja, camisa azul, faldas por debajo de las rodillas y zapatos en pase de revista). Colocaban una banderita rojigualda en las pecheras de los vecinos y exigían, a cambio, una perra gorda. “Yo -me refería Ti Antonio “El Liebro”- andaba en compañía de Germán el de Ti Albina, que siempri juímuh mu amíguh, tantu de mucháchuh cumu en la moceá. Moh vierun aquéllah doh mozúcah, qu,eran máh féah que Picio, y se vinun andi nusótruh”. Y seguía relátadonos nuestro paisano que su amigo Germán Montero, al verlas venir, se escapó y se escabulló entre la mucha gente que había en el rodeo. Las de la boina roja quisieron prenderle el alfiler de la banderita. Ti Antonio les preguntó: “¿Y esu pa qué eh?” Ellas le respondieron (hablaban muy finamente): “Para los mutilados por Dios y por España”. “El Liebro” les espetó: “¿Y pa loh mutiláuh de la otra parti no hay ná, o eh que acasu ésuh no son ehpañólih?” La ira se apoderó de las señoritingas y rugieron: “¡Esos no eran españoles, sino rojos y ateos!” Entonces, Ti Antonio les dijo: “¡Poh pincháruh vusótrah lah alfilérih en la fandanga!”
Había nacido un día de San Antonio de 1922. Por ello, se llamaba Antonio. Por apellidos, Pérez Esteban. Todos le decían Ti Antonio “El Liebro”. Nieto por el costado materno de Librada y Baldomero. Por el paterno, de Celedonia y Félix. Hijo de Sotera y de Manuel. Pronto se quedó sin padre. Su madre contrajo nuevas nupcias y pasó a ser su padrastro Florencio Esteban Gutiérrez, concejal republicano y apodado El Astrágalo, quien le aleccionó adecuadamente. Ti Antonio aún no había cumplido los 20 años cuando andaba moceando por el rodeo del ejido el día de la Feria Nueva, la que consiguió el ayuntamiento republicano del lugar antes de que una serie de genocidas generales se alzaran contra el Gobierno legítimamente constituido. Por allí andaban un par de señoritas (boina roja, camisa azul, faldas por debajo de las rodillas y zapatos en pase de revista). Colocaban una banderita rojigualda en las pecheras de los vecinos y exigían, a cambio, una perra gorda. “Yo -me refería Ti Antonio “El Liebro”- andaba en compañía de Germán el de Ti Albina, que siempri juímuh mu amíguh, tantu de mucháchuh cumu en la moceá. Moh vierun aquéllah doh mozúcah, qu,eran máh féah que Picio, y se vinun andi nusótruh”. Y seguía relátadonos nuestro paisano que su amigo Germán Montero, al verlas venir, se escapó y se escabulló entre la mucha gente que había en el rodeo. Las de la boina roja quisieron prenderle el alfiler de la banderita. Ti Antonio les preguntó: “¿Y esu pa qué eh?” Ellas le respondieron (hablaban muy finamente): “Para los mutilados por Dios y por España”. “El Liebro” les espetó: “¿Y pa loh mutiláuh de la otra parti no hay ná, o eh que acasu ésuh no son ehpañólih?” La ira se apoderó de las señoritingas y rugieron: “¡Esos no eran españoles, sino rojos y ateos!” Entonces, Ti Antonio les dijo: “¡Poh pincháruh vusótrah lah alfilérih en la fandanga!”
No tardó en
presentarse la pareja de la Guardia Civil y se llevaron a Antonio
Pérez al cuartelillo. Le zurraron la badana y pasó varios
días a la sombra. Auténtico terror había a la que llaman La
Benemérita en nuestros pueblos durante los años de la España
enlutada. La Guardia Civil ya arrastraba negra fama de represora y
golpista. El golpe de Estado del general Pavía,
en enero de 1874, rodeado por cientos de tricornios, contra la I
República fue una mancha más en la tétrica imagen de ese Cuerpo.
El escritor Blasco Ibáñez,
en su obra “La Bodega”, describe el furibundo odio de los
braceros hacia la Guardia Civil, por su defensa a ultranza de los
terratenientes y de los caciques locales. Llegarían sucesos como los
de Arnedo, Zorita, Zalamea de la Serena, Épila, Castilblanco, Jeresa
y otras localidades donde los tricornios se cebaron con violencia en
las clases trabajadoras.
La Guerra Civil vino
a poner de manifiesto que también había guardias civiles que sabían
llevar su uniforme con honor. Miles de estos uniformados se
mantuvieron fieles a su juramento, defendiendo con gran heroísmo al
legítimo Gobierno Republicano. Fueron parte del pueblo en armas
contra el fascismo. Dos de sus más destacados generales fueron
asesinados por los franquistas al terminar la Guerra. El general
José Aranguren Roldán cayó bajo las balas en abril de 1939,
y el general Antonio
Escobar Huerta fue fusilado en los fosos del castillo de
Montjuic en 1940, por un piquete de guardias civiles sublevados.
Otro de sus generales, Sebastián
Pozas Perea, tuvo que exiliarse en México. Y aquel otro
general José Sanjurjo y
Rodríguez de Arias, que fue Inspector General del Cuerpo en
zona republicana, murió por una septicemia a causa de las heridas en
combate. Todos ellos se pusieron al lado del pueblo que clamaba por
una auténtica revolución social. Y es que, como decía René
de Chateaubriand, “la justicia es el pan del pueblo; siempre
está hambriento de ella”. Fueron el Pueblo en Armas, tal y como
refleja el documental del mismo nombre que codirigieron, en 1937,
Juan Pallejá y
Louis Frank. El
Pueblo en Armas que pintó Sequeiros,
o el que llevó al cine el director mexicano Miguel
Contreras.
Decía el poeta
griego Focílides
que “así como no pueden ser domados el agua y el fuego, tampoco lo
puede ser el pueblo”. Ti
Antonio “El Liebro” también era consciente de ello.
Durante el rodaje de esta democracia formal (lo de real ya es otro
cantar), la Guardia Civil se ha ido forjando cierto prestigio. Pero,
ahora, cuando un tal Arsenio
Fernández de Mesa, al que llamaban “Cuco” en sus tiempos
de militante de la extrema derecha (cuentan que amenazaba a los
militantes de izquierda con una pistola), dirige el destino del
Cuerpo, otra vez se tuercen las cosas. Y más aún cuando cuentan
con un Ministro del Interior (declarado opusdeísta y que tiene por
confesor a un cura que fue policía de la Brigada de Información
franquista) que se dedica a pagar viajes a Lourdes a varios
uniformados o a condecorar a santas y vírgenes. Así, volvemos a
las andadas. Y nosotros lo que queremos es una Guardia Civil
democratizada e identificada con las clases populares. Uña y carne
del pueblo en armas.
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