Entonces, mandaba mucho
en TVE el bigotorro y el peluquín de José
María Iñigo Gómez. Dirigía el programa “Estudio
Abierto” y por él desfilaban pintorescos personajes. Eran otros
tiempos, cuando un servidor no peinaba una sola cana y subía los
primeros peldaños de la intrahistoria. El pasado sábado, en la
alquería hurdana de Martilandrán, con motivo del Carnaval Jurdano,
conocí a la maravillosa cantaora Raquel
Cantero Díaz, compañera de José
Javier Jesús Iglesias, “jabalín” de El Cerezal y antiguo
alumno mío en el Hogar-Escolar de Nuñomoral. Salió a relucir lo
del “eslabón perdido” del célebre etnomusicólogo extremeño
Manuel García Matos.
Y tras ese eslabón, corrí, cuando andaba alcanzando la mayoría de
edad, y me topé con mi paisano Víctor
Alonso Rodríguez, al que todos conocíamos como Ti
Vitu “Jurao” (el apodo le venía porque su padre, Ti
León Alonso Clemente, había sido guarda jurado por los
montes y valles de los términos del pueblo). Se animó el paisano,
junto con otros, a desgranar antiguos cantos de arada (pudieran ser
el “eslabón perdido”) en el plató de televisión, bajo la
supervisión de los bigotazos de Iñigo.
Ti Vitu “Jurao”
se convirtió por sus méritos en el virtuoso bufón del lugar.
Gracioso, carnavalero, campechanería a raudales, manos de campesino
y unos chispeantes ojos azules. Andando en aquello de la televisión,
me dijo: “-Ehcapá que salgámuh en loh papélih y moh jagámuh
famósuh”. Pero él ya había aparecido en “loh papélih” de
El Heraldo de Aragón en marzo de 1938, cuando fue condecorado con la
Medalla de Campaña con distintivo negro de vanguardia por su arrojo
al cruzar el Ebro por el paraje de “El Royal”, en las
inmediaciones del pueblo zaragozano de Quinto.
Víctor
Alonso, que pasó en herencia sus centelleantes ojos garzos a
algunos de sus nietos y bisnietos, fue cabo en el Regimiento de
Infantería Mérida-35, perteneciente a la 13 División, unidad de
élite, muy temida y conocida como “La Mano Negra”. De la Guerra
Civil sacó dos balazos en una pierna, que le dejaron una leve
cojera. Ti Vitu
fue de los primeros que estrenaron mi libreta dedicada a la
intrahistoria, que es la que definen algunos como “la vida
tradicional del pueblo, que subyace a la historia cambiante y
visible”. Miguel de
Unamuno apostó en varias ocasiones por esa gente que hace la
historia de manera inconsciente y que no aspiran al título de
héroes. Y esos hombres y mujeres sin Historia, que no aparecen en
los libros, tan ricos en oralidad y tan grandes en la sencillez de
sus vidas, son por fuerza complemento de las historiografías más
oficiales. Paisanos humildes, hechos a las duras bregas del vivir
campesino y que desempeñaron los papeles vitales que les deparó la
rueda de la fortuna. A ellos procuro sacarlos de sus tumbas,
insuflarles un momentáneo aliento de vida y darles voz en mis
Pingollas.
Decía el fabulista
griego Esopo que
“cuando un lobo se empeña en tener razón, ¡pobres corderos!”
Y lobos de dos patas acechan a la vuelta de cualquier esquina. A
veces, camuflados bajo la piel de una afamada artista japonesa que
lleva en sus sangres genes de samurais, emperadores y jesuitas.
Estos “Yoko Onos”, metidos a correctores de estilo, nos vienen a
enmendar la plana sin haberse mirado antes en el espejo. En otras
ocasiones, surgen cabezas graníticas, que arrastran, en apellidos,
leones sin melena, quienes, llevados por sus pensamientos
ultramontanos, tienen la desvergüenza de catalogarnos como monstruos
con los ojos cuajados de odio. Y hay otros, pobres infelices, que
son los alguaciles y correveidiles de los que acostumbran a tirar la
piedra y esconder la mano. A todos ellos les une algo en común: el
desprecio a la intrahistoria, al pueblo llano, a la gente de pan,
morcilla y bota de vino. Se erigen en perros cancerberos de los
poderosos, de los corruptos, de los gobiernos títeres, del
imperialismo, del pasado oscuro y faccioso, de los curas trabucaires
y de los obispos de brazo en alto, de los engolados banqueros, de los
políticos mendaces y de los negreros y explotadores. Arcadas me
producen. Y bascas me producen también quienes, con su silencio, se
convierten en cómplices de los desalmados y les meten los votos en
las urnas a aquellos para quienes, como decía Martín
Fierro, “son campanas de palo las razones de los pobres”.
Ti
Vitu “Jurao”, el que me refería en cierta ocasión que
“cuandu loh próbih caguémuh torcíah de oru, vendrán loh rícuh
y moh darán aceiti de ricino pa que lo caguémuh tó de una vé y
lleválsilu élluh bien calentitu”, siempre estará en mi recuerdo.
También el escritor García
Márquez dejó dicho que “el día que la mierda tenga algún
valor, los pobres nacerán sin culo”. Mientras llega ese día,
nosotros seguiremos dando guerra en nuestras Pingollas, mal que les
pese a los apestosos turiferarios de turno.
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