miércoles, 4 de noviembre de 2015

La Pingolla, ÉRAMOS POCOS - Félix Barroso Gutiérrez, Lunes, 2 de noviembre 2015

Eran tiempos de las patrias infantiles, las únicas verdaderas.  Habíamos ya pasado la escuela de los cagones y cabalgábamos en el alazán de la pubertad.  Aquella mañana, con el cabás en la mano, salí de casa para ir a visitar a un maestro que repartía a diestro y a siniestro galletas de cinco picos.  La plaza del pueblo no era la habitual.  Se había convertido en todo un hervidero.  Mujeres con el rostro circunspecto, transportando cenachos, entraban en el consistorio.  Varias guardias civiles, algunos sin tricornio, custodiaban, con viejos mosquetones, el edificio.  Más tarde, me enteraría del suceso.  La noche anterior las calles del lugar se llenaron de atronadores ruidos de cencerros.  Mozos y casados “corrían loh campanílluh”.

Guardia Civil caminera intentó abortar a la fuerza la cencerrada.  Hubo más que palabras.
A lo largo de la historia de la población, nunca había llegado la sangre al río con las campanilladas.  Pero esta vez estaba implicado un vecino que era parte de las fuerzas vivas del lugar.  Tomaron  la villa por asalto.  Los versos de Federico resonaban por sus calles: “…con el alma de charol/vienen por la carretera (…)/Cuarenta guardias civiles/ entran a saco por ella”.  A Epifanio Caletrío Iglesias le echó el alto un cabo de la Benemérita.  Hizo caso omiso y se vio rodeado por porras y por fusiles.  Levantó la cabeza y, en la oscuridad de la noche, gritó: “¡Éramuh pócuh y parió mi agüela!”  Los guardias le arrebataron el cencerro y le baldaron el cuerpo con él.

Quedó más muerto que vivo.  Tuvieron que habilitar varias salas del consistorio para encerrar a los detenidos.  No bastó el calabozo municipal.  Epifanio había visto la luz el mismo día que aquel sindicalista revolucionario llamado Ramiro Ledesma Ramos, un 23 de mayo de 1905 y era hijo de Ti José Caletrío Barroso y de Ti Isidora Iglesias Sánchez. En el pueblo le decían Ti Pifaniu “Chiriguta”.

No era la primera vez que “paría su agüela”.  En 1931, antes de comenzar la siega, acudió con otros compañeros de la federación agraria de la CNT a Granadilla.  Iban a apoyar a los representantes de los jornaleros en el jurado mixto constituido en el ayuntamiento de dicha villa.  Ya estaba en vigor el polémico decreto de Términos Municipales, promulgado por el ministro socialista Francisco Largo Caballero.  Ningún jornalero podía trabajar en términos de otros pueblos mientras no estuvieran empleados todos los braceros de la localidad.  La CNT se oponía al decreto.  En Granadilla se reunieron, por una parte, los grandes hacendados de los septentriones cacereños: los Monfortes los Camisones, los Silvas, los Rocos y otros terratenientes de la nobleza.

A su vera, alcaldes monárquicos y de derechas.  Por la otra, los cenetistas, gente de la Federación Nacional de Trabajadores de la Tierra (FNTT) y otros pertenecientes a pequeños sindicatos de extracción católica.  Los jornaleros exigían que los salarios alcanzasen las cinco pesetas y que su horario fuera de ocho horas.  Solo se les pagaba 3,5 pesetas, de sol a sol.  Los hacendados eran una piña, pero los sindicalistas no se entendían entre ellos y acabaron a mamporros.  Avisaron a la Guardia Civil y, cuando irrumpieron en la sala, Ti Pifaniu “Chiriguta”, que estaba de oyente, exclamó a todo pulmón: “¡Éramuh pócuh y parió mi agüela!” Soltó algunos improperios más y se lo llevaron arrestado.  Y cuentan que el nieto paterno de Ti Lorenzo Caletrío Esteban y de Ti María Barroso Jiménez se lamentaba ante los guardias: “Si yo no voh he dichu ná a vusótruh, que yo se lo dicía a loh de los sindicátuh, que, en vé de defendélnuh a loh que solu tenémuh doh brázuh pa trabajal, se lían a óhtiah entri élluh méntrah que loh patrónuh se ríin de nusótruh y van tóh a la pal; asina que moh seguirán ehplotandu toa la vida”.

No escarmentó Ti Pifaniu, que volvió a las andadas al cabo de los años.  Y no escarmentó como tampoco ha escarmentado la izquierda de este país.  Parece que ha olvidado que, en febrero de 1936, tocó poder porque acudió a las urnas en buena unión, formando un Frente Popular, y acometió serias y profundas reformas en pro de la clase trabajadora.  Hasta el PSOE formó parte de la coalición.  Claro que aquel PSOE de entonces podía enorgullecerse de su alma socialista.  No había perdido valvulina progresista, como le ocurre ahora. Dejando aparte a los socialdemócratas, tan amigos de la derecha europea, de los mercados y de otras delicatessens neoliberales, observamos que la izquierda con cierto pedigrí  está plagada de torres de marfil, de personalismos y de egolatrías.

Izquierda unida, después del batacazo en las últimas elecciones municipales y autonómicas, de la mano de Alberto Garzón Espinosa, ha creado la coalición “Ahora en Común”, pero detrás lleva una gavilla de escándalos en los que ha estado inmersa diversos izquierdistas (coqueteos con los ERE,s andaluces y con sociedades de inversión de capital variable para eludir las obligaciones fiscales (SICAV), tarjetas black, sobresueldos en la diputación de Granada, caso “Ollero” o alianzas contra nátura).  Por su parte, el juez Baltasar Garzón y la exmilitante del PSOE Beatriz Talegón ha creado otra coalición, con el nombre de “La Izquierda”. No podemos olvidar a Podemos, con Pablo Iglesias Turrión a la cabeza.  Si viviera el nieto materno de Tío Martín Iglesias Martín y de Tía Filomena Sánchez Galindo, ambos del pueblo de Santacruz de Paniagua, seguro que volvería a exclamar: “¡Éramuh pócuh y parió mi agüela!”.

Muchos de los que bebemos aires asamblearios y autogestionarios, ribeteados de sanas y frescas brisas libertarias, aplaudimos en su día la aparición de aquellos corros que pretendían la cuadratura del círculo.  Tarea harto difícil ésta, porque engavillar en un solo haz a toda la ciudadanía de abajo para hacer frente a los que están arriba manducándose la merienda y solo dejan migajas a los españolitos de a pie no es, atendiendo a la trayectoria histórica, un camino despejado, sino lleno de piedras y de abrojos.  Pero Podemos dio el “sorpasso” en las elecciones europeas y encandiló y entusiasmó a mucha gente.  Al poco, esta formación comenzó a recibir por parte de los poderes fácticos y desde numerosas trincheras un infame diluvio de terribles proyectiles como jamás había recibido fuerza política alguna desde el establecimiento de la democracia.  Podemos traía vientos nuevos y  sana espontaneidad revolucionaria.

Cuando ya asoma por el horizonte el 20 de diciembre, la gente de izquierdas, o los que estamos junto a la hilada más baja de los sillares del castillo aguardando las migajas que nos puedan arrojar desde las almenas, puede que nos formemos un verdadero galimatías.  Ganas entran de irse esa jornada a cazar gamusinos por los cerros y valles de nuestras pétreas patrias y pasar de arrojar una papeleta en la urna. Pero nuestra querida alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, acaba de hablar muy alto y claro: “Ahora estamos en un momento en el que todo el mundo habla de democratizar la democracia, todos hablan de revolución democrática, de derechos, de libertades, hasta el límite de vaciar de contenido las palabras.  ¿Por qué no son un partido único si están de acuerdo y dicen todos los mismo?

Pero a ninguno de ellos, del PP, del PSOE, de Convergència ni de Ciudadanos me los he encontrado ni una puñetera vez en una manifestación, en una acción, ni para parar los desahucios, ni para defender la educación, ni para defender la sanidad, ni para parar la reforma laboral.  Así que qué carajo tienen que explicarnos ahora de los derechos y las libertades”.  Y Ada Colau y su gente apoyará a Podemos.  Puede que sus palabras nos hayan convencido, como la digna contundencia de Pablo Iglesias en su reciente entrevista con Mariano Rajoy, llamando al pan, pan, y al vino, vino, sin pelos en la lengua.  Y sin chaqués ni corbatas, ligero de equipaje (don Antonio Machado dixit), al igual que los que caminamos por la vida presumiendo de eternos mochileros.

No queremos que ni un solo jornalero más vuelva a exclamar: “¡Éramuh pócuh y parió mi agüela!”  En este día de Todos los Santos, cuando escribo estas líneas, recordamos especialmente a Ti Pifaniu “Chiriguta”, el que cogió el último tren apenas rebasados las sesenta primaveras. Una masiva hemotipsis, consecuencia de un carcinoma pulmonar, le sacó de casa con los pies por delante.  Era primavera y la Iglesia celebraba a San Facundo y San Gastón.  Epifanio Caletrío era un simple jornalero, pero su memoria, como la de millones de seres humanos de su misma clase, apela a la conciencia de la izquierda para formar un único bloque capaz de construir ese mundo tricolor más libre, más igualitario y más fraterno con el que soñamos muchos.

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