miércoles, 11 de octubre de 2017

SE MASCA LA TRAGEDIA (II) - 10/10/2017

Se me viene a mis oídos aquella pegajosa cancioncilla que cantaban las muchachas del pueblo, cuando jugaban al corro:

“De Cataluña vengo de servir al rey, ¡ay, ay!,

de servir al rey, de servir al rey;

y traigo la licencia de mi coronel, ¡ay, ay!,

de mi coronel, de mi coronel (…)”



Dicen algunos que la canción, desparramada por villas y lugares, se remonta al siglo XVIII, cuando se nos vino encima la Guerra de Sucesión  (1701-1713).  La Corona de Castilla tomó partido por el modelo centralista que preconizaba el francés Felipe de Anjou (ocuparía el trono español con el nombre de Felipe V de Borbón).  No nos pudo caer peor regalo a los españoles aquel año de 1700: un francés, hijo del depravado, perezoso e indolente Luis, Delfín de Francia, venía a estrenar la Casa de Borbón en este país siempre metido en contiendas por la envilecida consanguinidad azul de sus monarcas.  Vino la guerra, decantándose la Corona de Aragón, de modo fundamental todo el área catalana, por el archiduque Carlos de Habsburgo, que defendía un modelo foralista.  Pero triunfó Castilla sobre Aragón y nos tuvimos que tragar a palo saco a aquel rey franchute al que, a su vez, motejaban como “El Animoso” y “El Melancólico”.  Conocida  era su adicción al sexo, su obsesión por la sangre, su animosidad hacia la higiene, sus arrebatos paranoicos, su pasión por la caza y por  lo mucho que disfrutaba en todo tipo de tertulias mundanas.

Pero los catalanes, una inmensa mayoría, hoy no quieren oír hablar  de reyes, ya fueren centralistas o foralistas.  Y mucho menos después de la bronca que el ciudadano Felipe Juan Pablo Alfonso de Todos los Santos de Borbón y Grecia, “El Preparao”,  actual rey de España por herencia de la sangre, que no democrática, les ha echado a los de la barretina, tachándoles de desleales y de haberse saltado no sabemos cuántas normas y preceptos.  Y les riñó el pasado 3 de octubre, teniendo a sus espaldas un cuadro donde aparecía pintado uno de sus tatarabuelos: Carlos III, el que -¡ojo al parche!- prohibió radicalmente enseñar en catalán las primeras letras, la Latinidad y la Retórica y otras disciplinas propias de las escuelas y la Universidad.  Seguro que si a Feliciano Pescador Clemente, al que dejamos en la primera parte de esta columna afirmando aquello de que “santos a la fuerza son malos de llevar”, le vienen con monsergas semejantes, les salta a quienquiera que quisiera mojarle la oreja con aquello de: “¡Quietu parau!, que a mí naidi me jadi comulgal con ruéah de molinu.  ¡Hala, a espigal la magarza!, que aquí no hay naidi máh que naidi; asín que ¡chitón, rana, que ehtá mi agüela en la cama!”.  Porque el nieto paterno de Ti Zoilo Pescador Montero y de Ti Gregoria Caletrío Barroso (hubo confusión de apellidos en la primera parte y se piden disculpas), pese a llevar, como emigrante, más de cuarenta años en Cataluña, seguía, y a mucho orgullo, parlando en el habla astur-leonesa, tan propia del norte y el oeste cacereños, que había heredado de sus mayores.  Ello no quitaba, claro está, que él tuviera gran respeto por la lengua catalana y por la entidad como pueblo de la comunidad que le acogió y donde toda su familia pudo progresar y forjarse un futuro.

Recuerdo que, siendo un servidor un muchachuelo, Feliciano colocaba un puesto con alguna que otra escopeta de aire comprimido, que se cargaban con unas saetillas y se disparaba sobre una diana.  Según la mayor o menor puntería, los chavales, mozos y hasta casados recibían algunas golosinas.  Por ello, al paisano, aparte del heredado apodo de “Ratina”, también lo conocíamos por Ti Feliciano “El de loh caraméluh”.  El puesto lo montaba los domingos y otros festivos más gordos, cuando colocaban en el balcón del Ayuntamiento la bandera roja y gualda y la roja y negra, con el yugo y las flechas.  La primera era la misma que habían portado los vencedores de una guerra que ellos mismos provocaron al dar un golpe de Estado contra la legitimidad constitucional republicana en julio de 1936 y que había presidido todos los edificios institucionales a lo largo de cuarenta años perros de terrible tiranía.  La segunda, con los colores propios del sindicalismo revolucionario, había sido usurpada mediante todo un robo y una calculada estrategia, gracias a los vendepatrias y renegados, por el aparato propagandístico del franco-fascismo.  ¡Qué bien supieron envolverse las huestes de la CEDA o de los Renovación Española en ella para cometer todo tipo de desmanes!  Luego, en la Transición, le quitaron el aguilucho a la rojigualda (bandera borbónica por excelencia e impuesta por los ovarios de aquella otra borbona llamada Isabel II) y, aprovechando que el miedo guardaba la viña, nos la colaron camuflándola entre otras baratijas de claro cuño franquista, tal que el himno (cuyo origen es prusiano) y esa institución radicalmente antidemocrática que es la monarquía.  Cierta izquierda que, como mucho, había movido un solo dedo de las dos manos, contra la dictadura, o sea, el PSOE, se bajó los calzones gritando “¡ancha es Castilla!”.  Los comunistas, que sí habían dado la cara y regado con mucha sangre las cordilleras españolas (guerrillas antifranquistas o maquis), dieron en contemporizar (sus dirigentes, claro está) con los “Siete Magníficos” de Alianza Popular (la derecha pura y dura que engendraría al PP) y con los “Adolfos” y otros que vivieron a cuerpo de rey bajo la mano de hierro del déspota y se habían vuelto más demócratas que nadie de la noche a la mañana.  Y tanto contemporizaron, que también se dejaron caer a plomo sus pantalones.  De milagro, no se les desplomaron los calzoncillos. Solo se mantuvieron al margen los  revolucionarios anarconsindicalistas, soñando con aquellos tiempos en que la Confederación Nacional del Trabajo (CNT) aglutinaba a más de un millón de obreros y campesinos.  Ellos, mis amados cenetistas, siempre tan reacios a banderas, himnos y patrias, y muy dados a hacer la guerra por su cuenta.  Iberismo puro.  Viriato, libre entre sus montes, peleando contra el imperialismo romano y los caciques de su tribu.  Romanticismo heroico, poniendo de manifiesto que la revolución se lleva dentro, en el tuétano, y no en la boca para vivir de ella.  Docenas de ellos cayeron, igualmente, entre las breñas del monte, acosados por la Guardia Civil y las contrapartidas facciosas.

Feliciano conoció muy bien a su vecino Marcial Pescador Calvo, al que le apodaban “Perrigalgu”.  Pertenecía a la Casa del Pueblo y era un republicano exaltado.  Un mozo alto y bien parecido.  Contaban que él fue el que, en la Nochevieja de 1930, colgó una bandera republicana en el balcón de la casa consistorial.  El día de Año Nuevo de 1931, el paisanaje se arremolinó bajo la bandera.  Hubo aplausos y vivas a la República.  La gente estaba ya muy harta de corruptas monarquías y de los abusos que se cometían en el campo.  No aguardaron al 14 de abril.  En días sucesivos, la bandera tricolor continuaría siendo aupada y aclamada por los más variopintos puntos geográficos de nuestra arrugada piel de toro.  La única bandera que, hasta la fecha, fue colocada por las encallecidas manos del pueblo-pueblo en millones de ventanas y balcones.  Con ella y no con otra tenía que haber enlazado nuestra Transición.  Una democracia, después de un largo período de oscurantismo y opresión, solo puede darse la mano con el último período democrático conocido, y éste no era otro que el de la II República.  Pero no fue así y nos colaron parte de la bazofia franquista.  Y  eso lo sabe muy bien el ciudadano Felipe, quien no es extraño que tenga sudores fríos en sus sueños, al sentirse como un supuesto impostor y al asaltarle la trágica pesadilla de su abuelo paterno haciendo las maletas para salir pitando hacia Roma.  Ahora, ha abroncado a los catalanes.  ¿Acaso un mensaje a la defensiva?  Cuando ciertos fantasmas soplan sobre el cogote y ponen sobre la cuerda floja el vivir a cuerpo de rey a costa de las arcas públicas, el escalofrío recorre la espina dorsal.  Por ello, todo vale con tal de criminalizar a todo lo que se menea.

Pasó el 1º de octubre (efemérides del “Día del Caudillo” en la dictadura) y no se mascó tragedia alguna, tal y como auguraba la moza que emigró a Cataluña cuando finó la escolarización en el pueblo, al ser sabedora de que miles de policías y guardias civiles habían desembarcado en el puerto de Barcelona. Carreras, gritos, palos y detenciones, como cuando los “grises” entraban a saco en la Universidad o en las fábricas.  Pero la sangre no llegó al río.  Esperemos que no llegue.  En el fondo, como bien dice mi buen amigo Seve Sánchez Jiménez, colega en el mundo de la Historia y que hace poco andaba de director de un instituto en Euskal Herría, no se trata de una crisis solo en Cataluña, sino que abarca todo el Estado español.  Seve, que lleva su “corazón repartío” entre sus tierras abulenses y la querencia (hijo de emigrantes) por sus muchos años de estancia en el País Vasco, no pierde puntada: “La crisis más grave es, sobre todo, la crisis social, y empezó con el 15-M.  Ahora ha aparecido otro elemento.  El capital financiero de Cataluña está jugando a asustar diciendo que va a trasladar sus sedes.  ¡Qué oportunidad!  Mejor sería salir a la calle y exigirles que devuelvan todo el dinero que nos han robado.  Se rescata a la banca y se quedan con el dinero”.

¡Claro que juegan a asustar!  ¿Dónde van a estar mejor esos oligarcas usureros que entre la burguesía catalana, tan amante de la pela?  Entre ellos, Gas Natural FENOSA, que dice haber trasladado su sede social de Barcelona a Madrid.  Habrá sido por indicación de Felipe González Márquez, que engordó como un cebón siendo consejero de esa empresa transnacional, haciendo gala de un “socialismo” peculiar, desconocido por estos territorios.  Los encorbatados y enjoyados ejecutivos de Gas Natural están más pendientes de su negocio gasístico en Italia, que les reportará unos ingresos de 1.000 millones de euros y les generará unas plusvalías de 400 millones, que de lo que ocurra en Cataluña.

Ante las oleadas blancas, rojigualdas (capitaneadas y capitalizadas por la extrema derecha -la afiliación a VOX ha subido como la espuma- y por un montón de exaltados e ignorantes chisgarabises a los que les recetaron elevadas dosis de supositorios españolistas), las multicolores del pasado domingo y las que están por llegar, no cabe más que una solución.  Es preciso mandar a todos los que pecaron por acción u omisión en este conflicto (a todos, sin excepción, sean del color que sean) a la Conchinchina.  Deben dar un paso atrás y dejar paso a otros que sepan inteligentemente reestructurar y rediseñar la España Libre, Igualitaria, Fraterna y Confederada, donde encajen todos y nadie sobre.  Preferible mil veces que no haya paz entre clases, pero jamás guerra entre pueblos.  Hoy, 10 de octubre, cuando redacto estas líneas, el sol anda con ganas de alcanzar el rojo vivo.  No son propias temperaturas tan altas en estas fechas otoñales.  La sequía nos tiene más que resecas las fauces.  No sabemos cómo se presentará la tarde: si los calores estallarán en tormenta o, por el contrario, el viento garbí de Barcelona asedará la climatología.  Ya os lo contaremos en la próxima crónica si es que nos dejan contarla.

Feliciano Pescador Clemente, nieto materno de Ti Francisco Clemente García y de Ti Francisca González Sánchez, prefería el garbí a la tramontana.  Él tenía un ojo puesto en Extremadura y otro en Cataluña.  No quería quedarse tuerto de ninguno.  Pero la Reflaca de la Guadaña, que nunca para de segar, le cerró los dos ojos un 12 de septiembre de 1917, cuando ya iba a agarrar los 94 otoños.  Se celebraba ese día en las parroquias a San Autónomo y a San Curonato.  Por septiembre fue también cuando nuestro siempre admirado poeta, el que solo se envuelve en la fría bandera de la niebla, trazó con su ardorosa pluma catorce sentidos versos.  Su musa, la de la arrolladora simpatía, la que es más que una musa y de pupilas como arándanos, cerró su puerta y emprendió un camino hacia otras latitudes.  La locura anda rondando la cabeza.  Con sus versos os dejamos.

“Quería y a la vez no quería que te fueras.

Que te dieran licencia, suplicaba.

Verte cada día me conturbaba,

pero verte quería de mil maneras:



con sombreros, pamelas o viseras;

con pololos, enaguas o chilaba;

con mal genio o cayéndote la baba.

Comoquiera; el caso era verte.  Eras



para mí toda y aún hoy lo sigues siendo.

Te fuiste lejos pero estás muy cerca,

que a todas horas te estoy viendo



y se me afloja cada día nueva tuerca.

Locura ya me está acometiendo.

No soy quien fui. Ahora soy Betti “La Puerca”.


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