domingo, 1 de octubre de 2017

LA PINGOLLA: SE MASCA LA TRAGEDIA (I) - 01/10/2017

No sabemos si el bar “Big Bang” de la localidad responde a aquella Gran Explosión que se tiene como modelo cosmológico fundamental y predominante para explicar la edad del Universo, sus períodos más antiguos y su evolución a gran escala.  O tal vez haga mención a la famosa banda musical surcoreana que, con tal nombre, debutó en agosto de 2006.

Lo mismo da que da lo mismo. Ya se lo preguntaré algún día a Rosi Martín Esteban, la guapa y “jaquetona” rubia que lo regenta.  El caso es que fue junto a su barra cuando Feliciano Pescador Clemente, hijo de Ti Vicente Pescador Caletrío y de Ti Gregoria Clemente González, de la familia de “Las Cigarras”,  me resumió en cuatro renglones su visión sobre Cataluña: “Yo soy ehtremeñu de nacencia y en el mi pueblu mamé la lechi, entré en quinta y me casé, y ehtremeñu me moriré; peru Cataluña me acogió, me dio trabaju y allí loh mih híjuh han jechu su vida, y loh mih niétuh son ya tóh catalánih; asín que ehtoy agradacíu a Cataluña, que pa mí nunca se portó mal, y tó el que habli mal contra Cataluña, eh cumu si lo jidiera contra Extremadura.  Cá pueblu eh cá pueblu y son élluh loh que debin luchal pol sí míhmuh y pol el su futuru”.

Feliciano Pescador Clemente


Feliciano heredó de sus mayores el apodo de “Ratina” y vino a visitar el mundo a las diez horas del día 29 de octubre de 1925.  El mismo día que el famoso compositor poeta y escritor de izquierdas israelí Haim Hefer, el que adaptó al hebreo aquella famosa canción española y republicana de “¡Ay, Carmela!”, tenida como el himno oficioso de las Brigadas Internacionales.  Conmemoraba la Iglesia, en tal jornada, a Santa Eusebia y San Decencio, y también -¡cómo no!- al mártir San Feliciano de Cartago.  Con cuarenta años a sus espaldas, cogió la maleta de madera y se subió en el tren, camino de Barcelona.  Dos años más tarde, recogería a su mujer y a toda su prole y se establecerían definitivamente en tierras catalanas.  Trabajó de encofrador toda su vida.  Sería en la diáspora cuando  se despertó en él una loca pasión por el deporte.  No solo por el Barça de sus entrañas, sino por todo tipo de ejercicios y acrobacias ejercitadas sobre campos y pistas deportivas.  Sería el introductor del juego de la petanca en su pueblo (totalmente desconocido entre aquellos canchos y encinares), que llegó a levantar verdaderas fiebres competitivas.



El nieto paterno de Ti Zoilo Pescador Jiménez y de Ti Gregoria Caletrío Montero intuía que algún día, como había ocurrido el 6 de octubre de 1934, los gobernantes catalanes declararían la independencia de su territorio: “Al mi parecel, yo siempri he síu partidariu de que Ehpaña y Cataluña se entendieran, poh tengu loh mih querélih repartíu entre dámbah; ahora, si llega el casu y loh catalánih decidin pol loh vótuh qu,élluh quierin jadel su vida y suh léyih, tampocu se debería ajuntal el cielo con la tierra, que, cumu dici el reflán, `sántuh a la juerza, son máluh de lleval`”  Y Feliciano hablaba con prudentes, sabias y reposadas palabras.  Iba ya camino de los noventa otoños y, a esas edades, la experiencia es la madre de la ciencia.



Ciertamente, el 6 de octubre de 1934 el abogado leridano y miembro de Esquerra Republicana de Catalunya, Lluís Companys i Jover, President de la Generalitat, proclamó el Estat Catalá.  Seis años y una semana más tarde, sería torturado y fusilado por los franco-fascistas en el castillo de Montjuic, después que la Gestapo lo apresara en Francia y lo devolviera a las manos del general Franco y sus esbirros.  Ahora, en este septiembre de 2017, ha vuelto a enardecer la hoguera.  Como bien dice mi buen amigo el sociólogo Vicente Hidalgo, se ha producido el encontronazo “entre las burguesías, ambas nacionalistas, del Estado español y de Cataluña, en un momento difícil para los dos partidos más importantes que las representan: el Partido Popular y el Partido Demócrata de Cataluña, antes Convergencia y Unión.  Ambos partidos son, presuntamente, los dos más corruptos de la reciente Historia de nuestra débil democracia, por lo que ambos se retroalimentan en una huida hacia delante”.  Verdad es que el artículo 1.2 de la Constitución  dice que “la soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado”.  Pero por otro lado, gobiernos españoles fueron los que firmaron el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, que en su Artículo 1 afirma que “Todos los pueblos tienen el derecho de libre determinación.  En virtud de este derecho establecen libremente su condición política y proveen asimismo a su desarrollo económico, social y cultural”.  Y, además, el artículo 93 de la Constitución española garantiza el cumplimento de los tratados internacionales que se firman; aunque no sería la primera vez que lo firmado se lo pasen los gobiernos bajo el arco del triunfo, como está ocurriendo actualmente con el Tratado de recogida de refugiados.



El gobierno del PP, heredero del feroz jacobinismo de la dictadura franquista, agita el principio de integridad territorial.  Sin embargo, el Tribunal Internacional de Justicia ha  fallado varias veces, alegando que ese principio solo es aplicable a las relaciones interestatales y no puede ir contra el derecho de autodeterminación, añadiendo, de paso, que una declaración unilateral de autodeterminación no es ilegal dentro de la ley internacional.  Luego, están varias declaraciones de la ONU y de la OSCE, que repiten lo del derecho universal a la autodeterminación, que no solo afecta a las colonias.  No hay que olvidar nunca que  los cimientos del PP está en aquellos siete líderes de Alianza Popular, calificados por la prensa de aquel entonces como “neofranquistas”, que se federaron para caminar marcialmente hacia un partido único y cuyos 3.000 compromisarios clausuraron su congreso bajo los gritos de “¡Franco, Franco, Franco!”  Niegan las huestes “populares”, haciendo una cuadratura del círculo, el carácter de pueblo a Cataluña.  ¿Acaso es una entelequia aquello de que “la soberanía nacional reside en el pueblo español”, como deja muy claro la Constitución?  ¿No están los catalanes revestidos de carácter soberano como parte de  ese pueblo que forma la nación española?  Parece ser que la derecha, la izquierda que no es tan izquierda y la de “ahora no toca” y demás compañeros mártires no lo ven así.



Agarrándose a un clavo ardiendo, apelan estos constitucionalistas de pacotilla al artículo 92,2 de la mentada Constitución: “El referéndum será convocado por el Rey, mediante propuesta del Presidente del Gobierno, previamente autorizado por el Congreso de los Diputados”.  No obstante, he aquí que las leyes de andar por casa, como las diferentes constituciones de esta o aquella nación, siempre deben someterse al ordenamiento legal internacional, sobre todo aquellas que firmaron el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, entre los que se encuentra el de los pueblos a su libre determinación.  Enfoques interesados y contrapuestos que han llevado a ese “establishment” escorado hacia la diestra a subirse por las paredes y a mesarse los cabellos.  No es de extrañar por ello que personajes tan altamente significativos dentro de las filas del PP, como Soraya Sáenz de Santamaría, se atrevan a decir aquello de “nunca he sentido tanta vergüenza democrática”.  Pero no se le cae la cara de vergüenza democrática cuando el pasado día 21 de septiembre se dieron a conocer los resultados de la Comisión de Investigación que ha sacado a orear los trapos de las cloacas del Ministerio del Interior, bajo el mandato del mafioso y opusdeísta Jorge Fernández Díaz.  El dictamen confirmaba que el Gobierno de Mariano Rajoy Brey había articulado todo un entramado policial y parapolicial, haciendo de las leyes papel mojado, intoxicando y amedrentando a la  gente en determinados procesos electorales y en el que debiera ser honesto debate político.



El pasado 23 de septiembre, con motivo de las fiestas del Cristo en ese pueblo que le motejan “El Bajo” pero que tiene sus orígenes en una colina flanqueada por dos riachuelos, me topé con grupo de paisanos celebrando por todo lo alto sus festejos más entrañables.  Una joven ya madurita, bien parecida y con enormes pupilas de tanzanita, con su combinado en la mano, gritaba repetidamente “¡Se masca la tragedia!  ¡Se masca la tragedia! ¡Se masca la tragedia…!”  Al parecer, alguien del corro había comentado que más de 6.000 agentes de las Fuerzas de Orden Público desembarcarían en el puerto de Barcelona.  Ella, la paisana que emigró en edad escolar a Cataluña, me miró con sus profundos ojos cuando fui a saludarla y me espetó: “Otra vez vuelven a las andadas y declararán el estado de sitio en toda Catalunya.  ¡Pero no se lo permitiremos!”.  Ti Felicianu “Ratina”, que así le llamaban cariñosamente en el pueblo, me había dicho delante de aquel otro buen paisano y buen amigo, Santiago Paniagua García, emigrante como él y de la saga familiar de “Loh Pringáh” o “Loh Lorínuh”, que no tenía por qué juntarse el cielo con la tierra si los catalanes deseaban sentirse más catalanes que nunca.  Y también aquello de “santos a la fuerza, son malos de llevar”.  Pero he aquí que algunos han pretendido y pretenden que, efectivamente, el firmamento se estrelle contra la corteza terrestre, atizando la lumbre con fuerza inaudita.  ¡Todo sea por la patria!  Por la patria de algunos, claro está, que no por la Patria (con mayúscula) de los millones de españoles que viven precariamente, a los que la palabra patria no les dice absolutamente nada si no se acompaña del Pan, el Techo, la Libertad y la Justicia Distributiva, elementos consagrados en una Constitución que sigue siendo papel mojado en muchas de sus páginas.   Ya lo decía José Antonio Primo de Rivera, tantas veces malinterpretado y bastardeado por un régimen manchado de sangre y por sus muchos herederos; tirado a los pies de los caballos por tirios y troyanos, por rojos de tres al cuarto y por azules vendidos y desteñidos.   “Las derechas, como tales, no pueden llevar a cabo ninguna obra nacional, porque se obstinan en oponer a toda reforma económica.  No habrá Patria y Nación mientras la mayor parte del pueblo viva encharcada en la miseria y en la ignorancia, y las derechas, por propio interés, favorecen la continuación de este estado de cosas”.



Un servidor, como buen discípulo de Piotr Kropotkin, Errico Malatesta y Anselmo Lorenzo, no se fía de banderas ni fronteras.  Pero no aguanto y me dan vascas la impostura y el cinismo del rancio nacionalismo español, el que se envuelve en la bandera bicolor y grita “¡A  por ellos!” en las calles.  Y entre tanta vociferante tropa, muchos desharrapados que desconocen santo y seña del estandarte borbónico.  Ya  me lo decía Ti Feliciano: “¡Ojo con loh muértuh de jambri a loh que jartan de sópah, que traicionan a loh súyuh al regolvel de la ehquina!”.



Cambiemos de tercio y dejemos algunos renglones para la segunda parte.  Mientras, esperemos que no se llegue a mascar la tragedia, ni la que, cual espada de Damocles, pende sobre Cataluña, ni aquella otra más romántica que hurgó en los ventrículos de nuestro poeta una tarde del ardiente estío, cuando él seguía envuelto en perenne niebla.  Doloridas noticias le llegaron a sus tímpanos, que él reflejó en sentidas estrofas:

“¿Sabes?  Fue una paloma volandera

la que vino, alocada, a mí una tarde

y, haciendo con sus alas gran alarde,

se volvía por el pico una parlera:



-“Se te va; se te fue tu primavera,

y, tal vez, el latir se le retarde

a víscera que, en amor, se agita y arde.

Se fue a otra pedagógica pradera”.



“¡Maldita mensajera de la paz!”,

le increpé con redoblada inquina.

-“¡Largo de aquí, fullera y montaraz!”



Y, al poco, oscuro invierno.  Pura ruina.

No volvió ave de vuelo tan fugaz

a arrullar en la rama de la encina”.

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