martes, 17 de noviembre de 2015

OTROS REGIONALISMOS - 15/11/2015

Violentos vientos procedentes de París nos siguen sumiendo en sanguinaria resaca.  Nuestra repulsa y condena, sin paliativos, pero no olvidemos que de los polvos de las Azores vienen estos horrorosos lodos.  George Bush, Tony Blair y José María Aznar, además del anfitrión, Durao Barroso, como aventajados alumnos del neoliberalismo, decidieron invadir Irak, y saltó la chispa en todo el Cercano Oriente.  Ahora, no solo deben identificar a los culpables de tan terrible atentado, sino conocer los pelos y señales de las armas utilizadas, por saber de su procedencia.  Las mafiosas oscuridades geoestratégicas deben dejar paso a la luz y a los taquígrafos.

Mientras digerimos como podemos la tremebunda resaca, la vida continúa por estas penillanuras y serrejones, donde el otoño se ha vuelto primavera y libres estamos de contaminaciones atmosféricas.  A la memoria nos viene la figura flaquiseca de Cándida Floriano Cabezalí, a la que nombraban en el pueblo como Ti Cándida “La Patina”.  Padecía de Temblor Esencial en una de sus manos y nosotros, crueles mozarangüelos, le cantábamos: “A la agüela Cándida/con el zarandeu,/a la agüela Cándida con el rejileu…”  Había nacido el primer sábado de junio de 1895, cuando también lo hacía el famoso compositor y escritor Peter Dale Wimbrow.  Era hija de Ti Francisco Floriano Caletrío y de Ti Josefa Cabezalí Fuentes.  Siempre la conocimos descalza, tanto en invierno como en verano, moviendo descontroladamente una de sus manos y yendo a comprar vino a la tasca de Miliana, la tabernera que, al decir de los paisanos, tocaba con buen arte el acordeón en el salón de baile de su padre, Ti Ulpiano Jiménez.

Refieren que, en cierta ocasión, con motivo de haber venido ciertos jerifaltes del franquismo a inaugurar el nuevo cementerio del lugar, entraron en la mentada taberna, adonde había acudido Ti Cándida a que le rellenaran la botella de vino.  Uno de aquellos señoritingos fachas, muy encorbatado, ensombrerado y trajeado, al ver la pinta de la lugareña, exclamó por la bajini: “saya raída y descalza de pie y pierna, la estampa de una extremeña”.  Pero Ti Cándida escuchó la mala baba vertida por el señoritingo y le espetó: “-¡Ehtremeña será uhté y la puta que le parió, que yo soy del mi padri y de la mi madri, nacía y criá en ehti pueblu y no de nengún otru lugal y tengu máh educación que tóh vusótruh, vengáih d,andi vengáih, de Ehtremaúra o de Cahtilla, que lo mehmu me da, y yo vihtu cumu me salga de la fandanga, que vusótruh no séih quiénih pa venil sacandu fáltah a la genti honrá!”  Y cogiendo la botella, se largó con viento fresco, habiéndose despachado a gusto.

La nieta paterna de Ti Pedro Floriano Martín y de Ti Petra Caletrío Hernández tenía su genio y no se callaba aunque le pusiesen una mordaza en la boca.  Para ella lo mismo le daba Castilla que Extremadura.  Su patria era su pueblo, y no había más que hablar.  Aquella respuesta tan airosa nos trae el recuerdo de una frase que oímos muchas veces por los pueblos de Las Hurdes, sobre todo a la gente mayor: “Ni ehtreméñuh ni cahtellánuh; sémuh jurdánuh”.  Pero nuestro grande y buen amigo Estanislao Martín Martín, Secretario General del Partido Regionalista Extremeño (PREX), hoy dentro de la coalición “Extremeños”, ha saltado por encima de la citada frase, pese a ser un jurdano de arriba abajo, nacido en Casares de Las Hurdes, localidad a la que algunos denominan el balcón de territorio tan legendario.  Él sueña con una Extremadura para los extremeños y para que esas ensoñaciones se puedan hacer realidad no ha tenido empacho en marchar coaligado con el partido Extremadura Unida, que dirige el que fuera senador de la UCD Pedro Cañada Castillo, el cual cumplirá 80 años para el próximo febrero, y que, desde el año 2006, marcha al mismo paso marcial que el Partido Popular de Extremadura, en estrecho y conservador abrazo.

Cuando Extremadura Unida vino al mundo, allá por 1980, muchos jóvenes de izquierda, atraídos por un extremeñismo que parecía vertebrarse con mimbres socialmente avanzados, se afiliaron a este partido.  Pero, en realidad, aquello era un cajón de sastre y, no tardando, se le vio la patita enharinada a Pedro Cañada y a otros dirigentes, que solo aspiraban a un reformismo semejante al preconizado por José López Prudencio, el pacense nacido en 1870.  O sea, un regionalismo paternalista y conservador, cimentado en la exaltación burguesa de la identidad extremeña, en el tradicionalismo católico y en una visión de Extremadura como fiel hija de una España imperial. Y se produjo la escisión por la izquierda, en 1990, creándose el PREX.  Si EU tuvo que coaligarse con el PP para subsistir, el PREX lo hizo con el PSOE.  Pero ni uno ni otro han conseguido comerse muchas roscas.  Ahora, vuelven a ir unidos, pero son dos visiones completamente distintas del regionalismo: la de José López Prudencio y la de Antonio Elviro Berdeguer, el llamado “Blas Infante” extremeño, médico y publicista del pueblo cacereño de Salorino, azote de la oligarquía agraria y latifundista y desgraciadamente fusilado por los franquistas el 7 de diciembre de 1936.

Nosotros, que pensamos en clave internacionalista y pretendemos superar las parcelaciones patrioteras (no patrióticas), étnicas o identitarias al objeto de que los pueblos se fundan en un abrazo de libertad, justicia y cultura y vertebrar así un engranaje confederativo, solo podríamos entender la honesta lucha por las patrias chicas desde una separación del binomio pueblo y nación.  Al igual que el gran pensador Rudolf Rocker, creemos que la conciencia nacional o nacionalista, lo mismo que la religiosa, no es innata en el ser humano, sino algo impuesto por el ambiente o la educación, lo que limita enormemente la definitiva emancipación universal.  Ti Cándida “La Patina”, miembro de un clan que subsistía a base de recoger y vender lo que la naturaleza le ofrecía libremente (espárragos, criadillas de tierra, cardillos, lagartos, ranas, peces, conejos…), no había sido adoctrinada nada más que por su “tribu”.  Por ello, su referencia universal era su pueblo y los términos municipales de otras villas y lugares del mismo marco territorial.  En su subconsciente deberían albergarse vínculos solidarios con los de abajo, con el resto de desheredados del mundo, y no con los caciques y terratenientes, por muy extremeñistas que fuesen.

Si el regionalismo, dentro del artesonado confederal, implicara un frente abierto contra la falsa modernidad, el insustancioso progresismo liberal y el estatismo del ordeno y mando, otro gallo habría de cantar.  Pero la pregunta queda en el aire: ¿hay regionalistas dispuestos a un regreso a las raíces, que traigan de la mano una ruptura con el folklorismo, que no con el folklore; con el rancio y conservador tradicionalismo, que no con la tradición; con la oligarquía, los terratenientes y sus títulos de propiedad, que no con los jornaleros, los pequeños y medianos campesinos, o con las viejas corrientes políticas que dan vida a la democracia liberal y burguesa, que no con nuevas formaciones emergentes que pretenden construir un mundo tricolor más libre, más igualitario y más fraterno…?   Y si los hay, no los vemos en esa coalición EU-EXTREMEÑOS, ya que no se han sometido a toda una catarsis regionalista.

Siendo la festividad de San Popón y San Bretanión, bajo las heladas invernales, el agotamiento general y la anorexia se llevaron a la nieta materna de Ti Bernabé Cabezalí Esteban y de Ti Isabel Fuentes García.  Ya tenía muchas arrugas y su mano no había dejado de bailar.  Jamás escuchó la palabra regionalismo, pero a buen seguro que no le habría desagradado que alguien hubiera redimido a los de su clase, a los de abajo, aunque debiera asumir la titularidad de extremeña, tras el correspondiente razonamiento crítico.  Puede que otros regionalismos sean posibles, pero jamás desgajados de un engranaje confederal ni de las justas aspiraciones a la emancipación universal de los desheredados de este chato planeta.

TODO POR LA PATRIA - 11/11/2015

De los hijos de Ti Francisco Pérez Barros y de Ti Valeria Calvo Dosado solo quedó en el pueblo Brígida, que matrimonió con el lugareño Marcos Montero Barroso, de la familia de los “Fráilih”. El resto emprendió el camino de la que entonces era capital de la República.  A Bonifacio y Florentino la Guerra Civil les agarró en Madrid.  De Florentino no guardo memoria, pero Bonifacio venía con frecuencia al pueblo en los veranos y su imagen de hombre afable y dicharachero permanece en los clichés de mi cerebro.  Recuerdo que fumaba cigarrillos de unas cajetillas donde se leía: “Rocío.  Tabaco negro mentolado”.  Había nacido el 18 de mayo de 1913, el mismo día que el archifamoso compositor y cantante francés Louis Charles Auguste Claude Trénet.  Como hijo y nieto de canteros que se pasaron la vida martilleando los roquedos graníticos del lugar, tenía clara conciencia proletaria.  Por ello, cuando el pueblo de Madrid sintió el macabro y espeluznante resollar de los generales africanistas en julio de 1936, se echó a la calle y se enrolaría, como miliciano, en la columna del militar republicano Julio Mangada Rosenörn.

 “Moh echámus a defendel la patria, igual que pasó el doh de mayu de mil ochociéntuh ochu” -me relataba.  “Con el coronel Juliu Mangada al frenti leh parámuh los piéh a loh fahcíhtah en la batalla de Guadarrama.  Aquel coronel era mu echáu pa,lantri y moh quería muchu a loh meliciánuh”.  Ciertamente, Julio Mangada siempre fue un fervoroso defensor de la causa del pueblo.  Simpatizaba con Izquierda Republicana y colaboraba estrechamente con la Unión Militar Republicana Antifascista (UMRA).  Tuvo un destacado papel en aplastar los focos que se encendieron en algunos cuarteles madrileños a favor de los sublevados.  Recibió el sobrenombre de “El General del Pueblo” y fue paseado a hombros de los milicianos por la Puerta del Sol.  El alcalde de la capital, Pedro Rico, le concedió la Medalla de Oro de Madrid.  Muchos de sus compañeros de armas, monárquicos y derechistas, le tacharon de antipatriota, antiespañol y otras “lindezas” de más elevado tono.  Además, era esperantista, naturista y masón.


Bonifacio Pérez Calvo, al que de chico -según me contaban ciertos paisanos- le apodaban Boni “Carreti”, estaba convencido de que “si habiera habíu media ocena de generálih cumu don Julio Mangada en el nuéhtru bandu, antóncih loh republicánuh no perdémuh la guerra, pol muchu que a Francu la habieran ayuáu los názih de la Alemania de Jitli y aquélluh ótruh fahcíhtah de la Italia de Musulini, que don Juliu era un patriota de loh piéh a la cabeza”.


Y gran patriota nos parece a nosotros también el general José Julio Rodríguez Fernández, ex Jefe del Estado Mayor para la Defensa (JEMAD), quien, una vez colgadas las estrellas en el perchero, se ha decidido a ir de número dos en la candidatura que Podemos presentará por Zaragoza de cara a las próximas elecciones generales del 20 de diciembre.  A nadie puede extrañar que haya dado este paso una persona que preside el “Foro Milicia y Democracia”, heredero de la Unión Militar Democrática (UMD), donde se integran los militares que fueron expulsados del Ejército durante la Transición.  Este foro firmó el pasado año un manifiesto a favor de unas “Cortes Constituyentes” y “una nueva Constitución”.  Sus miembros abogan por la III República, aseverando que “no es una quimera ni una utopía; es una urgente necesidad de regeneración democrática”.  ¿Por qué, entonces, tanto escandalizarse y rasgarse las vestiduras?   Anda mucho hipócrita suelto.  Guatimañas mentirosos que medran dentro de sus nidos de víboras y sus sepulcros blanqueados.  He ahí al ministro de Defensa, Pedro de Morenés y Álvarez de Eulate, descendiente del IV vizconde de Alesón, del III marqués de Grigny, del VII conde del Asalto grande de España, del II conde de la Peña del Moro y del V barón de las Cuatro Torres.  Este individuo de la altisonante aristocracia vasca, al que el teniente del Ejército español, Luis Gonzalo Segura, ha denunciado por ser “comerciante de armas”, se ha puesto de los nervios cuando se ha enterado de la noticia y ha apelado a los valores patrios que deben nimbar a todo militar nacido en esta piel de toro.  Los mismos denuestos e improperios que recibió, en aquellos trágicos años, Julio Mangada.  ¿Acaso es un delito que un exmilitar vaya en las listas de Podemos?  ¿Esa es la vara de medir que tienen los demócratas de pacotilla?


La mayor parte de los medios de comunicación, esos que se crecen y engordan con titulares que hablan del “hundimiento”, “desplome” o “caída libre” de Podemos, azuzados por las mafias oligárquicas que dominan la prensa y los medios audiovisuales (auténtico vía crucis de los periodistas honestos), no dan abasto con tanta carta que les llega de esos militares franquistas, claramente posicionados en la extrema derecha, atacando al general Rodríguez Fernández.  Si los oídos de Bonifacio Pérez, el que fuera nieto paterno de Ti Pedro Pérez Gutiérrez y de Ti Sebastiana Barroso Martín,  aún tuvieran la capacidad de oír, seguro que pegaría un puñetazo en la mesa y exclamaría: “!Loh méhmuh pérruh que loh de la véh de antañu, anque con dihtíntah caénah; ésuh son loh que hablan de `Todu pol la Patria`, cuandu tenían que dicil ´Todu pol la Paga`”.  Cuán cierto es que toda esa casta que defiende con uña y dientes la caduca, neoliberal y sectaria partitocracia, hija de la democracia liberal y burguesa, tiene el canguelo en el cuerpo y tiembla con solo pensar que sus privilegios de siglos corren enorme peligro y que pueden pasar a ser mortales corrientes y molientes.

La ortodoxia de los partidos políticos de siempre, envejecidos y enrocados en sus poltronas, tienen auténtico pavor a que haya militares que pongan en entredicho la monarquía y que hablen de un ejército que respete el principio de no beligerancia.  Entendemos que esos militares creen en unas fuerzas armadas que han de defender la soberanía nacional, no solo en lo tocante a sus fronteras, sino también en lo referente a las agresiones económicas y sociales que vayan en dirección contraria a los intereses y la independencia nacional, como pueden ser el colonialismo financiero internacional o las insidias urdidas por las empresas transnacionales.  Unas fuerzas armadas que rechacen y denuncien a una OTAN que solo responde a los intereses de los EEUU de Norteamérica, que no tiene grandes miramientos con el respeto a los derechos humanos y a la que solo le interesa mantener el orden mundial capitalista, endiosando al Estado como factor todopoderoso, autoritario y represor.  Un ejército del pueblo y para el pueblo, dispuesto a batirse el cobre no por la paz de los cementerios, sino por la paz que precisan los desheredados del mundo para vivir en paz con sus estómagos y su justa aspiración a ser personas dignas y respetables.  Mejor un ejército que grite aquella consigna revolucionaria de “Patria o Muerte”, que no el bastardeado y manido lema de “Todo por la Patria”.  Un ejército que, como decía el escritor, filósofo y revolucionario Thomas Paine, sea una organización “de principios, que solo así podrá penetrar donde un ejército de soldados no puede hacerlo”.


Bienvenidos sean este tipo de militares, vilipendiados por todos aquellos que no quieren desprenderse de sus viejas y emputecidas cáscaras, que tantos dividendos les rentan.  Bonifacio Pérez Calvo, allá donde quiera que esté (perdimos su rastro hace ya muchos cuartos menguantes), seguro que se alegrará de ello, como todos aquellos milicianos de la columna del “General del Pueblo” y los otros cientos de miles que empuñaron el fusil y, mal afeitados, con los uniformes desarreglados, las botas llenas de barro pero con auténtica fiebre en sus límpidas miradas, dieron lo mejor de sí para defender  a la auténtica Patria frente a la hidra del “Todo por la Patria”.  El nieto materno de Ti Manuel Calvo Floriano y de Ti Isabel Dosado Jiménez, al que le llamaban de mozuelillo “Carreti”, seguro que hoy se enrolaría en la columna del general José Julio Rodríguez Fernández.  Más que seguro.

miércoles, 4 de noviembre de 2015

La Pingolla, ÉRAMOS POCOS - Félix Barroso Gutiérrez, Lunes, 2 de noviembre 2015

Eran tiempos de las patrias infantiles, las únicas verdaderas.  Habíamos ya pasado la escuela de los cagones y cabalgábamos en el alazán de la pubertad.  Aquella mañana, con el cabás en la mano, salí de casa para ir a visitar a un maestro que repartía a diestro y a siniestro galletas de cinco picos.  La plaza del pueblo no era la habitual.  Se había convertido en todo un hervidero.  Mujeres con el rostro circunspecto, transportando cenachos, entraban en el consistorio.  Varias guardias civiles, algunos sin tricornio, custodiaban, con viejos mosquetones, el edificio.  Más tarde, me enteraría del suceso.  La noche anterior las calles del lugar se llenaron de atronadores ruidos de cencerros.  Mozos y casados “corrían loh campanílluh”.

Guardia Civil caminera intentó abortar a la fuerza la cencerrada.  Hubo más que palabras.
A lo largo de la historia de la población, nunca había llegado la sangre al río con las campanilladas.  Pero esta vez estaba implicado un vecino que era parte de las fuerzas vivas del lugar.  Tomaron  la villa por asalto.  Los versos de Federico resonaban por sus calles: “…con el alma de charol/vienen por la carretera (…)/Cuarenta guardias civiles/ entran a saco por ella”.  A Epifanio Caletrío Iglesias le echó el alto un cabo de la Benemérita.  Hizo caso omiso y se vio rodeado por porras y por fusiles.  Levantó la cabeza y, en la oscuridad de la noche, gritó: “¡Éramuh pócuh y parió mi agüela!”  Los guardias le arrebataron el cencerro y le baldaron el cuerpo con él.

Quedó más muerto que vivo.  Tuvieron que habilitar varias salas del consistorio para encerrar a los detenidos.  No bastó el calabozo municipal.  Epifanio había visto la luz el mismo día que aquel sindicalista revolucionario llamado Ramiro Ledesma Ramos, un 23 de mayo de 1905 y era hijo de Ti José Caletrío Barroso y de Ti Isidora Iglesias Sánchez. En el pueblo le decían Ti Pifaniu “Chiriguta”.

No era la primera vez que “paría su agüela”.  En 1931, antes de comenzar la siega, acudió con otros compañeros de la federación agraria de la CNT a Granadilla.  Iban a apoyar a los representantes de los jornaleros en el jurado mixto constituido en el ayuntamiento de dicha villa.  Ya estaba en vigor el polémico decreto de Términos Municipales, promulgado por el ministro socialista Francisco Largo Caballero.  Ningún jornalero podía trabajar en términos de otros pueblos mientras no estuvieran empleados todos los braceros de la localidad.  La CNT se oponía al decreto.  En Granadilla se reunieron, por una parte, los grandes hacendados de los septentriones cacereños: los Monfortes los Camisones, los Silvas, los Rocos y otros terratenientes de la nobleza.

A su vera, alcaldes monárquicos y de derechas.  Por la otra, los cenetistas, gente de la Federación Nacional de Trabajadores de la Tierra (FNTT) y otros pertenecientes a pequeños sindicatos de extracción católica.  Los jornaleros exigían que los salarios alcanzasen las cinco pesetas y que su horario fuera de ocho horas.  Solo se les pagaba 3,5 pesetas, de sol a sol.  Los hacendados eran una piña, pero los sindicalistas no se entendían entre ellos y acabaron a mamporros.  Avisaron a la Guardia Civil y, cuando irrumpieron en la sala, Ti Pifaniu “Chiriguta”, que estaba de oyente, exclamó a todo pulmón: “¡Éramuh pócuh y parió mi agüela!” Soltó algunos improperios más y se lo llevaron arrestado.  Y cuentan que el nieto paterno de Ti Lorenzo Caletrío Esteban y de Ti María Barroso Jiménez se lamentaba ante los guardias: “Si yo no voh he dichu ná a vusótruh, que yo se lo dicía a loh de los sindicátuh, que, en vé de defendélnuh a loh que solu tenémuh doh brázuh pa trabajal, se lían a óhtiah entri élluh méntrah que loh patrónuh se ríin de nusótruh y van tóh a la pal; asina que moh seguirán ehplotandu toa la vida”.

No escarmentó Ti Pifaniu, que volvió a las andadas al cabo de los años.  Y no escarmentó como tampoco ha escarmentado la izquierda de este país.  Parece que ha olvidado que, en febrero de 1936, tocó poder porque acudió a las urnas en buena unión, formando un Frente Popular, y acometió serias y profundas reformas en pro de la clase trabajadora.  Hasta el PSOE formó parte de la coalición.  Claro que aquel PSOE de entonces podía enorgullecerse de su alma socialista.  No había perdido valvulina progresista, como le ocurre ahora. Dejando aparte a los socialdemócratas, tan amigos de la derecha europea, de los mercados y de otras delicatessens neoliberales, observamos que la izquierda con cierto pedigrí  está plagada de torres de marfil, de personalismos y de egolatrías.

Izquierda unida, después del batacazo en las últimas elecciones municipales y autonómicas, de la mano de Alberto Garzón Espinosa, ha creado la coalición “Ahora en Común”, pero detrás lleva una gavilla de escándalos en los que ha estado inmersa diversos izquierdistas (coqueteos con los ERE,s andaluces y con sociedades de inversión de capital variable para eludir las obligaciones fiscales (SICAV), tarjetas black, sobresueldos en la diputación de Granada, caso “Ollero” o alianzas contra nátura).  Por su parte, el juez Baltasar Garzón y la exmilitante del PSOE Beatriz Talegón ha creado otra coalición, con el nombre de “La Izquierda”. No podemos olvidar a Podemos, con Pablo Iglesias Turrión a la cabeza.  Si viviera el nieto materno de Tío Martín Iglesias Martín y de Tía Filomena Sánchez Galindo, ambos del pueblo de Santacruz de Paniagua, seguro que volvería a exclamar: “¡Éramuh pócuh y parió mi agüela!”.

Muchos de los que bebemos aires asamblearios y autogestionarios, ribeteados de sanas y frescas brisas libertarias, aplaudimos en su día la aparición de aquellos corros que pretendían la cuadratura del círculo.  Tarea harto difícil ésta, porque engavillar en un solo haz a toda la ciudadanía de abajo para hacer frente a los que están arriba manducándose la merienda y solo dejan migajas a los españolitos de a pie no es, atendiendo a la trayectoria histórica, un camino despejado, sino lleno de piedras y de abrojos.  Pero Podemos dio el “sorpasso” en las elecciones europeas y encandiló y entusiasmó a mucha gente.  Al poco, esta formación comenzó a recibir por parte de los poderes fácticos y desde numerosas trincheras un infame diluvio de terribles proyectiles como jamás había recibido fuerza política alguna desde el establecimiento de la democracia.  Podemos traía vientos nuevos y  sana espontaneidad revolucionaria.

Cuando ya asoma por el horizonte el 20 de diciembre, la gente de izquierdas, o los que estamos junto a la hilada más baja de los sillares del castillo aguardando las migajas que nos puedan arrojar desde las almenas, puede que nos formemos un verdadero galimatías.  Ganas entran de irse esa jornada a cazar gamusinos por los cerros y valles de nuestras pétreas patrias y pasar de arrojar una papeleta en la urna. Pero nuestra querida alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, acaba de hablar muy alto y claro: “Ahora estamos en un momento en el que todo el mundo habla de democratizar la democracia, todos hablan de revolución democrática, de derechos, de libertades, hasta el límite de vaciar de contenido las palabras.  ¿Por qué no son un partido único si están de acuerdo y dicen todos los mismo?

Pero a ninguno de ellos, del PP, del PSOE, de Convergència ni de Ciudadanos me los he encontrado ni una puñetera vez en una manifestación, en una acción, ni para parar los desahucios, ni para defender la educación, ni para defender la sanidad, ni para parar la reforma laboral.  Así que qué carajo tienen que explicarnos ahora de los derechos y las libertades”.  Y Ada Colau y su gente apoyará a Podemos.  Puede que sus palabras nos hayan convencido, como la digna contundencia de Pablo Iglesias en su reciente entrevista con Mariano Rajoy, llamando al pan, pan, y al vino, vino, sin pelos en la lengua.  Y sin chaqués ni corbatas, ligero de equipaje (don Antonio Machado dixit), al igual que los que caminamos por la vida presumiendo de eternos mochileros.

No queremos que ni un solo jornalero más vuelva a exclamar: “¡Éramuh pócuh y parió mi agüela!”  En este día de Todos los Santos, cuando escribo estas líneas, recordamos especialmente a Ti Pifaniu “Chiriguta”, el que cogió el último tren apenas rebasados las sesenta primaveras. Una masiva hemotipsis, consecuencia de un carcinoma pulmonar, le sacó de casa con los pies por delante.  Era primavera y la Iglesia celebraba a San Facundo y San Gastón.  Epifanio Caletrío era un simple jornalero, pero su memoria, como la de millones de seres humanos de su misma clase, apela a la conciencia de la izquierda para formar un único bloque capaz de construir ese mundo tricolor más libre, más igualitario y más fraterno con el que soñamos muchos.