lunes, 26 de mayo de 2014

DE CAÑAS, CON CAÑETE

La Pingolla: DE CAÑAS, CON CAÑETE

Él era bracero, como lo fue su padre, Modesto García Pérez, y sus abuelos:  José y Bernardo.  De mozo cantaba muy bien y trabajaba, en ocasiones, en la finca de “La Dehesilla”, uno de los grandes latifundios de los que está rodeada la villa de Santacruz de Paniagua.  Estragos hicieron las diferentes Desamortizaciones en esta población, sacándose a subasta los muchos terrenos comunales que poseía, que fueron comprados por cuatro ricachones y empobreciendo, así, al pueblo llano.  Basilio García Clemente era un buen mozo. Lo llamaban para animar las fiestas y otros saraos aquellos terratenientes absentistas que vivían en la capital del Reino y que, de vez en vez, se acercaban a las mansiones que tenían en la antigua villa de Santacruz de las Cebollas.  Cuando le exhibían como “cantaol”, le hartaban a comer, a beber y a fumar buenos puros.  Pero el resto de los días le explotaban de sol a sol, como a un paria jornalero.  “Muchu compadreal y güénah palmadítah pol la espalda –me contaba Ti Basilio- loh díah que vinían los señórih de Madrí, peru, aluegu, a trabajal cumu un burru”.  Llegó la Guerra y Basilio, al que le decían “Chamboy” y “Chillu”, tuvo que alistarse a la fuerza para luchar contra los que defendían a las clases trabajadoras.  Fue hecho prisionero y los republicanos le abrieron los ojos.  “Yo háhta que no caí prisioneru no sabía jadel la o con un canutu –me refería, sin soltar el cigarro de la mano-.  Era máh torpi que un jabal, peru un comandanti, qu,era comisariu de loh rójuh, me diju lah treh verdádih del barqueru y m,enseñó que loh próbih no éramuh probih pol nacencia o pol dehgracia, sino polque tó ehtaba mu mal repartíu y que si el pé grande se comía al chicu, era polque loh chícuh, que siempre son máh, s,achantaban y no tenían cojónih pa comelsi al grande”.  Y, desde entonces, Basilio comprendió las razones de aquella Guerra y fue consciente de su esclavitud pasada.

     Como es de entender, a estas alturas del siglo XXI, no pasa por las cabezas de ningún bien nacido que nuestro sanchopancista (y no por pertenecer al pueblo bajo) Miguel Arias Cañete, el que estudió en el selecto colegio de los jesuitas de Chamartín, haya sido un esclavista con los obreros que han trabajado en las grandes fincas de su mujer, Micaela Domecq y Solís-Beaumont.  Es sabido que esta dama andaluza, de alta alcurnia, ligada al marquesado de Valencina y copropietaria de la ganadería de Jandilla, es dueña de un buen puñado de latifundios, nueve de los cuales fueron puestos en entredicho (dos de ellos en Extremadura) por recibir ayudas comunitarias que no estaban muy claras.  Posiblemente, al que ha sido hasta el pasado 28 de abril flamante Ministro de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente, le hubiera gustado conocer a Ti Basilio Chamboy, pero el que era quinto del escritor ecuatoriano Demetrio Aguilera dio el último suspiro un día de San Zenón de 1988, con 79 abriles.

     No sabemos si mañana se alzará con la victoria en las Europeas este pelicano, de prominente estómago, al que acusan de haber trapicheado para que engordasen como cebones tanto los terratenientes como las multinacionales de la alimentación.  Consciente soy de que el ex ministro no es ningún ajo cañete, de esos que tienen las túnicas de sus bulbos de color ojo, sino que él tira más bien a azul, como el color de los carteles donde aparece retratado.  Pero a pesar de ello, gane o no gane, me gustaría tomarme unas cañas (aunque yo soy más bien de vinos) con él, por ver si es cierto que los 32 años que lleva en la política le han fajado como a un auténtico político de raza y por ver si es verdad que, estando en su salsa, tira a matar, como los buenos diestros.  Seguro que el hijo de Alfonso Arias de la Cuesta, abogado del Estado y conocido preboste franquista, me soplará al oído confidencias como esas de los 400.000 euros brutos que declaró a Hacienda en 2011 y sobre los 300.000 euros recibidos, como sobresueldo, de manos del PP, donde milita para mayor gloria de la Humanidad.

     Confío, igualmente, que, entre caña y caña, nuestro Cañete, al que también señalan como artífice de los recortes de las ayudas de la PAC, de la reducción de fondos de desarrollo rural, de la exclusión del olivar en pendiente de las ayudas asociadas, del varapalo a las energías renovables, de los desaguisados en las plantas de purines y de no sé cuántas cosas más, me relatará otras historias no menos suculentas.  Puede que aquellas concernientes a sus intereses empresariales en las petroleras “Ducar” y “Petrologis” o sobre sus acciones en el Banco de Santander, en el BBVA y en compañías inmobiliarias de Cádiz y Madrid.  O quizás me sorprenda, cuando ya las cañas vayan haciendo su efecto, de sus artes malabares para hundir la empresa pública TRAGSA, completamente saneada y con buenos beneficios a su llegada al Ministerio, en 2011.  Todo sea por enriquecer a empresas privadas y enchufar a personajes vinculados a la derecha.  Y apuesto a que me descifrará sus tejemanejes con la Gürtel y con Bárcenas, o su papel de lobista en lo tocante al Medio Ambiente, donde galoparon desbocadas las privatizaciones, el mercantilismo y la precariedad.

     Con un puñado regular de cañas al coleto, Cañete, macho ibérico donde los haya, no puede abandonarme sin mentarme los regadíos, que dicen las malas lenguas que mañas se ha dado para ahogar a los regantes a costa de beneficiar a las compañías eléctricas.  Ya lo decía él, allá por Jaén, en cierto foro de opinión y debate: “El regadío hay que utilizarlo como a las mujeres, con mucho cuidado, que le pueden perder a uno”.  Quizás terminará hablándome de la gran coalición PP-PSOE, que exigirán los poderes fácticos europeos y que no sería extraño que se fraguase una vez que pase el ruido electoral.  Hay que defender con uñas y dientes el bipartidismo.  No le preguntaré por sus presuntos cómplices, que a la memoria me viene el nombre de Agustín Villarroel, suegro de nuestro paisano Carlos Floriano, vicesecretario General del PP.  Cuentan que el ganadero Villarroel se embolchetó muchos euros de ayudas comunitarias que no se caracterizaron por su transparencia.

    …Y dándole las merecidas gracias por la distendida y amena conversación, saliéndonos ya la espuma de las cañas por las comisuras de los labios, dejaremos la tasca y pondremos el pie en los asfaltos. Presumiblemente,  Cañete, el que no es un rojo ajo cañete, mirará a un lado y a otro y exclamará, como ya lo hizo Soraya Sáenz de Santamaría: “¡Se ve ya mucha más alegría en las calles!”  Pero, ¡ojo!, que puede que Ti Basilio “Chamboy” aparezca de improviso y le espete: “¡Qué alegría ni que óhtiah, si eh un revoltoriu de genti que vieni tocando campanílluh y dandu vócih contra éhti Gobiernu que moh ehtá dejandu corátuh y moh ehtá llevandu a la urnia!”

     Que al que Dios se la dé mañana, San Pedro se la bendiga.  Amén.
 
   

¡VOTAD, VOTAD, MALDITOS!

La Pingolla: ¡VOTAD, VOTAD, MALDITOS!

Aquella confederación heterodoxa fue creciendo por los años 80 del pasado siglo y llegó a contar con más de 300 socios.  Era asamblearia, autogestionaria y eminentemente popular.  Tomó aires en torno a unas capeas incruentas e íntimamente ligadas a la idiosincrasia vecinal.  Tuvo dos presidentes:  Valerio Corrales Montero, más conocido por Valerio “Carioca” y Pedro Montero Corrales, del clan vecinal de “Los Camilones”.  La asociación dio vida a las “Fiestas del Emigrante” o “Fiestas de Agosto”, cuyo espíritu primitivo se ha perdido por completo.  En una de ellas, varios vecinos sacaron sus antiguas indumentarias de los arcones y, en la plaza mayor, bajo los sones del celebrado tamborilero Luis Martín Domínguez (mejor, Ti Luis “Bulla”), trenzaron sus pies con jotas, “tálamuh”, “perantónih”, “corríuh” y otros bailes.  Se les entregaron unos galardones en el bar del “Tejero”, llamado así no para recordar la negra y franquista figura del teniente coronel golpista, sino porque el dueño de tal casino era Ti Teodoro Paniagua Díaz, cuyos padres llevaban el tejar que había en la dehesa boyal, junto a la “Laguna del Ositu”.  Entonces, metido el personal en jaleo, la vecina Rufina Corrales Calle, con renombrada fama de saber muchos y viejos cantares y a la que apodaban cariñosamente “La Gata”, me cantó por la bajini (la sombra de la dictadura continuaba siendo alargada) unas contestatarias coplas: “Gil Robles nos pide el voto/a los pobres desgraciaos./Pues yo boto de alegría,/que el voto no se lo he dao”. Y continuaba con el estribillo: “Yo me lo comía,/yo me lo guisaba,/yo voto a quien quiera:/soy republicana”.
Otras coplillas también se las traían: “Calvo Sotelo predica/que vuelva el rey don Alfonso./¡Qué buena yunta los dos/para romper los matochos!”  Al terminar, Ti Rufina me encareció:  “Hijo, precura no cantal pol lah tabérnah éhtah cóplah ni que a mí me aseñalin con el deu, que entoavía quea simienti de la mala”.  Treinta años después de la advertencia, aún sigue quedando.

     Votos y más votos.  El día 25 de mayo, a las urnas.  Ti Rufina “La Gata”, la hija de Ti Casildo Corrales Clemente y de Ti Enriqueta Calle Esteban y que vio la luz el mismo día en que moría el afamado músico conocido como “El Tío de la Tiza”, allá por agosto de 1912, metía en danza a los “pobres desgraciaos” que sabían muy bien lo que votaban.  ¿Acaso saben, hoy en día, gran parte de nuestros votantes lo que votan?  En 1969, el director de cine Sydney Pollack rodó la película “¡Danzad, danzad, malditos!”, donde se muestra un espectáculo cruel y degradante, todo un circo humano en torno a un baile marathoniano, con el fin de conseguir gratuitamente los elementos básicos de la supervivencia. Todo transcurre durante la Gran Depresión en los EEUU de Norteamérica.  Tiempos depresivos y calamitosos son también los que arrastramos ahora.  De vivir el cineasta Pollack, seguramente habría filmado una segunda parte, con el título de “¡Votad, votad, malditos!”

    Me veo ya venir a muchos “pobres desgraciaos”, con la papeleta en la mano y dirigiéndose a su colegio electoral.  Elecciones europeas cuando Europa, en muchos aspectos, continúa empezando en los Pirineos.  ¡Adelante con los faroles!  ¡Hala, votad, votad, malditos!  Malditos, sí, porque, en el fondo, sois muchos de vosotros unos apestados a quienes los mercados, la “Troika”, los grandes depredadores financieros y sus vasallos neoliberales (derechas europeas y paniaguadas socialesdemocracias) os pisotean como malditos gusanos y os apartan como apestados por la plaga de Justiniano.  Id a votad, malditos, a quienes traicionaron a este pueblo cada vez más proletarizado y ahora se sientan en mullidos y bien pagados sillones de las Eléctricas y otras multinacionales.  Votad a esos que se escandalizan porque hay gente que quema los contenedores, pero no se mesan los cabellos ni se desgarran las vestiduras porque haya seres humanos que tienen que rebuscar entre tales contenedores para poder subsistir.  Echad vuestro voto a favor de aquellos que defienden con uñas y dientes el bipartidismo y no dejan paso a otras formaciones políticas para debatir en la televisión pública los problemas del país.

     ¡Votad, votad, malditos!  Sí, a los que, encaramados en sus torres de marfil, orgasman ante sus egolatrías y egocentrismos, atomizando el voto de los desheredados, creando minúsculos minipartidos y poniéndoselo a huevo a una derecha, donde se cobijan todos los ultramontanos, nostálgicos del franquismo y casposos de la nación.  Demostrad que sois malditos, que estáis maldecidos pero le laméis las suelas de sus botas, a todos esos que pretenden formar, en un futuro no lejano, la gran coalición PP-PSOE, a fin de no pisarse los callos de sus bastardos intereses.  Ya lo decía el poeta y ensayista francés Paul Valéry: “La coalición política es el arte de llevar el zapato derecho en el pie izquierdo sin que salgan callos”.  Votad, mis malditos desgraciados, a todos esos que buscan un sistema de elecciones oligárquico y fraudulento y pretenden vertebrar una partidocracia que no es otra cosa que una dictadura disfrazada.

     También yo tengo algo de maldito, pero de aquel malditismo en el que se zambullían poetas como Paul Verlaine, Baudelaire, Arthur Rimbaud, John Keats  o Leopoldo María Panero.  Y soy maldito sin beber absenta, sino vino de pitarra.  Y tal malditismo me lleva a estar, al igual que Ti Rufina “La Gata”, la que nos dejó un día de San Rogaciano de 1999, con aquellos “pobres desgraciaos” de los años de la República.  “Desgraciaos” que cantaban, como de sobra lo demostraba mi paisana, aquello de:  “En el pueblo del Pozuelo,/los ricos con las derechas./A los suyos nos los voto,/que me comen la merienda”.  Y seguía el estribillo: “Yo me lo comía,/yo me lo guisaba,/yo voto a quien quiero./Soy republicana…”

     Francisco de Quevedo comentaba: “Yo no hago chistes.  Simplemente observo al Gobierno y cuento los hechos”.  Triste y trágico chiste sería que de las urnas del 25 de mayo saliera una Europa de los mercados y no de los pueblos.  Trágico y triste sería que el resultado de los votos diera la razón al libertario “Manifiesto de los Treinta”:  “La papeleta electoral es el signo de la esclavitud política, así como el salario lo es de la esclavitud económica.  Todo hombre que estime en algo su dignidad debería alejarse de la urna electoral como nos alejamos de todo lo que degrada y mancilla”.  Y, a veces, pienso en la mucha razón que amparaba a los treintistas.

miércoles, 14 de mayo de 2014

EL RETABLO DE LAS MARAVILLAS

La Pingolla: EL RETABLO DE LAS MARAVILLAS.

“Mi padri –me contaba Agustín Sánchez Floriano, al que conocíamos por Ti Agustín “Patina”-aunqui era coju, corría máh que tóh loh gaboléruh del pueblu”.  Era muy cierto que Justo Sánchez Domínguez, nacido el día de San Lesmes de 1895, era cojo.  Pertenecía a una saga familiar casi comparable a los últimos clanes cazadores y recolectores de la Prehistoria.  De su propiedad era una antigua escopeta de avancarga, a la que tenía gran respeto y gran cariño.  Pero entre los robledales del paraje que llaman “El Manantial del Lobo”, le jugó una mala pasada.  Se le disparó y le alcanzó el pie.  Fue atendido tardíamente y la gangrena comenzó a hacer de las suyas.  Le tuvieron que cortar la pierna por encima de la rodilla.  Desde entonces gastó unas muletas artesanales.  Pero el corría que se las pelaba y, afianzando una muleta sobre la parda tierra, daba un salto y sobrevolaba ágilmente las paredes que cercaban las fincas.  Máximo Sánchez Martín (para entendernos, Máximo “El Pecero”), nieto suyo, me refería hace poco que “el su agüelu Juhtu era un galgu”.  “A vécih –cuenta Máximo-, me se ponía a echal una carrera, cuandu yo era muchachu, y él, con la pata cortá, me ganaba siempri”.

     Ti Justo, hijo de Cayetano Sánchez López, natural del pueblo de Aceituna, y de Agapita Domínguez Calvo, fue el patriarca del clan de “Los Patinas”.  El apodo estaba muy claro:  el miembro mutilado pasó a ser “La Patina” para los vecinos del lugar. El hecho de que tuviera una pierna amputada y corriera más que todos los mentirosos del lugarejo hacía bueno el viejo refrán.  Ya pueden jactarse todos esos pinochos del PP  de sus manos y patas largas, que, con toda seguridad,  serían cogidos mil veces antes que Ti Justo, ya que a éste no le agobiaban el peso de las mentiras.  Porque la cuenta se pierde a la hora de enumerar las crueles y descaradas trolas de las escuadras “peperianas”.  Lo mismo al hablar de Bárcenas que de Perico el de los Palotes.  Sus mentiras, de sobra mal digeridas por el pueblo llano que sabe reconocerlas, se ha erigido en todo un rosario injusto, doloroso y antidemocrático, llevándonos al desguace de todo un Estado de Bienestar, con la destrucción de servicios estatales y derechos ciudadanos, que han afectado desastrosamente a los más vulnerables de la sociedad.  Han robado a manos llenas, a la vez que se pasaban por el arco del triunfo el ejercicio de la gobernabilidad, pues no había otro ejercicio que tomar decisiones en contra de la clase trabajadora y publicarlas en el Boletín Oficial del Estado.   Y cuando les ha venido en gana, han pactado con el PSOE, al que tampoco hay que dejar atrás, y nos arrojaron unos y otros a la boca de los tiburones.

     Ahora, cuando ya han sonado las campanas de las próximas elecciones, se ha montado un despampanante Retablo de las Maravillas, que le hace más que sombra al del Manco de Lepanto, otro lisiado como Ti Justo “Patina”.  Los Chanfallas y Chirinos ya están desparramando el humo suficiente para crear los correspondientes efectos psico-sociológicos entre la plebe.  Esa España que se vende a precio de saldo, con una deuda de 3 billones de euros, con 6 millones de parados, 2 millones que han tenido que hacer las maletas, de miles de personas que pasan hambre física y otras necesidades… se está convirtiendo, por obra y gracia de los titiriteros del PP, en la UNA, GRANDE y LIBRE de aquel cuyo grado de general se subió al podio del superlativo.  Solo humo, pero ¡pobre del que no sea capaz de ver las maravillas del retablo!  Será tildado de bastardo y de confeso, algo insufrible para un cristiano viejo.

     Y en estas andábamos cuando, en nuestra no tan extrema y dura Extremadura, Fernández Vara, beatífico conductor de la socialdemocracia regional, ha cogido con el pie cambiado a Monago Terraza, jefe de estos terrenos del Oeste y especialista en pirotecnias (incluidas consignas anarcosindicalistas, pentagramas de Extremoduro y revoloteos de los Palomos Cojos).  No se esperaba nuestro Presidente lo de la moción de censura y no ha sabido asumir que tal mecanismo parlamentario es un auténtico y necesario ejercicio constitucional y de libertad democrática.  Acusa Monago a Vara de querer “partirle las piernas”, y todo un sarpullido de rojez, que no de barón rojo, se le ha extendido desde la cotorina a sus partes pudendas.  Pues Ti Justo “Patina” tenía un don especial para eliminar no solo sarpullidos, verrugas y clavos, sino otras afecciones más serias de la piel.  Heredó tal virtud de su abuelo paterno, llamado Andrés Sánchez y que era natural del pueblo hurdano de Rivera Oveja, teniendo por esposa a Ana López, de Aceituna del Canchal.  Con sus fórmulas y realismos mágicos se fue a la tumba cuando se festejaba la efemérides de Santa Leoncia.  Año de 1969.  Su nieto Máximo “El Pecero” se quedó con las ganas del formulario y el responsorio.

     A Izquierda Unida y al PREX-CREX (¡qué chirriante sonido!) les toca meter la llave en el agujero.  Escuchando a la caverna mediática (el jueves mismo, en 13 TV, o sea la casposa y trabucaire televisión de los obispos) y las infamantes declaraciones (o mejor, micciones fuera del tiesto) de “preoscuros” miembros de la derecha (llámense Miguel Cantero, Carlos Floriano, Alberto Ruiz Gallardón, Iñigo de la Serna y otros compañeros mártires), partidarios somos de taparnos las narices y ¡que triunfe la moción y el jamón con chorrera!  IU y el PREX deben poner en cada platillo de la balanza las canalladas del PP y el PSOE y, luego, dejar que San Miguel Arcángel  coloque el fiel en su debido sitio.  Si se reconoce que la trirreme que lleva el nombre de Extremadura hace aguas por todas partes y que sus remeros van borrachos, el platillo se basculará a favor de la moción.  Puede que la mayoría de los extremeñitos de a pie así lo crean, lo que no sería de extrañar en una Extremadura que parece ser que sigue siendo sociológicamente de izquierdas, pese a los graznidos y a la última pasada de las gaviotas.

     Que las fuerzas minoritarias de la cámara, sabedoras de ser propietarias de la llave, exijan al menos malo de la película el cumplimiento, bajo notario, de unas tablas de la ley que abarquen desde la res pública en manos del pueblo hasta una urgente reforma electoral que haga justicia con las minorías.  IU ya le apretó, en su día, los testículos al PP, pero muchos mandamientos no se han cumplido y, si alguno de ellos, tintado de rojez, ha cristalizado, ha sido para mayor gloria de la derecha.  Así lo oigo una y otra vez de boca de los que van andando o en burro en ese mercado multicolor, dominical y cosmopolita del pueblo de Ahigal, adonde acudo muchos domingos a tomarme  los vinos con mi corrobla heterodoxa.

     A lo mejor ahora ha llegado el momento de presentarles los mandamientos a los otros, a los que no pasan de rosados, fiscalizando cada paso que den al frente y mirando con lupas de grueso aumento cada gesto de sus caras.  El caso es ser como las muletas de Ti Justo “Patina”, que se convertían en alas y alentaban a su dueño a ganar y atrapar, a la carrera, a los mentirosos que, ahora, pretenden armar retablos de las maravillas en todos y cada uno de nuestros pueblos.

REGIONALISTAS

La Pingolla: REGIONALISTAS.

El 28 de diciembre de 1936 se levantó con una macabra y cadavérica inocentada:  En la batalla de Lopera (Jaén) caía fulminado por las balas fascistas el joven y prometedor poeta británico Rupert John Cornford, miembro de la XIV Brigada Internacional.  Y ese mismo día veía la luz Nemesio Montero Caletrío, hijo de Tomás Montero Barroso y de Pilar Caletrío Esteban.  Pertenecía, por la rama paterna, a la familia de “Los Obispos”, y por la materna, a la de “Los Grillos”.  Allá por los años 80 del pasado siglo, Nemesio salió elegido concejal en una lista regionalista, bajo el epígrafe de “Extremadura Unida”, que encabezaba Eloy Gutiérrez Montero, uno de los primeros alcaldes extremeños que se involucraron en los temas de la Memoria Histórica.  Ganó por mayoría absoluta con un programa que superaba por la izquierda al del PSOE, que fue derrotado, al igual que la lista de la derecha (AP), que no obtuvo concejal alguno.

     En aquellos años, Nemesio “El Grillo” (solo heredó el apodo materno) era un tiarrón de padre y muy señor mío, con unas manazas de hierro, braquicéfalo y con un pescuezo como un toro.  Solterón, honesto y cabal campesino.  Un día emparejé con él y le pregunté por su sentir regionalista.  Él, esbozando una sincera sonrisa, me respondió: “El mi agüelu Hilariu, que en pajesté, anduvu pa la guerra de Cuba, que loh suh pádrih no lo pudun libral, y pa,llí se echó una novia cubana, que pol pocu no se la trai pal pueblu”.  Y me seguía relatando que su abuelo era un rebelde, que, junto con otros soldados, preparó un motín por la mala comida y las penalidades que pasaban los hijos de los pobres, que venían a ser la carne de cañón, mientras que los hijos de los ricos se libraban del servicio militar.  Fue arrestado y tirado como un perro en unos calabozos donde nada más había que chinches y pulgas.  

     Nemesio, al que, con los años, dieron en bautizar como “Chiqui”, me refirió que su abuelo siempre se consideró un extremeño de arriba abajo. “Hay que dali pal pelu (le decía su abuelo) a tóh ésuh cacicórruh que na,máh andan con gánah de alampal lo que no eh suyu y que siempre anduvun caciqueandu con la compra de loh vótuh”.  Y Nemesio luchó y se portó honradamente en su puesto de concejal, siguiendo los consejos de su abuelo Hilario.
     
Pero aquella “Extremadura Unida” de en tiempos, la que aglutinó e ilusionó a mucha gente de izquierdas venida de otras formaciones y con amplio currículum de lucha contra la oprobiosa dictadura de Franco, después de ciertas batallas ganadas en las urnas, hizo agua por muchas partes.  Por narices, tenía que fracturarse, pues cada vez se hacían más patentes las abismales diferencias entre las formas de entender el regionalismo.  Pedro Cañada Castillo, que fue senador con la UCD de Adolfo Suárez y alma máter del partido, tenía muchas reminiscencias derechoides dentro de su caletre, imposibles de congeniar con la visión izquierdista de otro nutrido grupo de militantes.  Finalmente, Cañada y el sector de derechas se llevaron el nombre del partido a otros territorios, y los de izquierda fundaron el Partido Regionalista Extremeño (PREX), que, al coaligarse con Coalición Extremeña, pasó a denominarse PREX-CREX, nombre bastante cacofónico y que suena a desgarrador grito de ave antediluviana.

     Dos visiones de entender las filosofías regionalistas: la que mira por el ojo derecho y que encaja con la óptica del ensayista pacense José López Prudencio: Nostalgia extremeñista; regionalismo paternalista y conservador; exaltación burguesa de la identidad extremeña; tradicionalismo católico, en la línea de Menéndez Pelayo; visión de Extremadura como fiel hija de una España imperial y muchas impregnaciones del criticismo y del espíritu armónico, sin descartar su apego a las corrientes que tienen como noble aspiración alcanzar una síntesis suprema de los diverso con lo idéntico.  Nada es de extrañar, pues, que Cañada y su Extremadura Unida se pasaran, con todos sus pertrechos y casi como desguace, al Partido Popular, con el que andan cómodamente coaligados.  El Prex-Crex, con el hurdano Estanislao Martín Martín como presidente, tomaron partido por una pazguata y moderada socialdemocracia, lo que les llevó a aliarse con el PSOE.  Para ambos, EU y PREX-CREX, les era imprescindible el oxígeno de partidos mayoritarios para poder subsistir.

    No será mi humilde persona el que diga, como afirmaba José Ortega y Gasset, que “el regionalismo es un mal endémico”.  Tampoco que “el regionalismo tiene una significación que, solo la palabra, me subleva los sentimientos de español”, como exclamaba Práxedes Mateo Sagasta, presidente siete veces del Gobierno de la Nación, entre 1870 y 1902.  Pero sí diré que, dados los condicionantes socioeconómicos actuales de Extremadura y ese índice tan alto de identificación de los extremeños con su tierra (las últimas encuestas así lo cantan), un regionalismo de derechas no pinta nada en un ámbito territorial que sigue siendo sociológicamente de izquierdas, máxime cuando prácticamente está diluido en el PP, con toda la carga neoconservadora, neoliberal, monárquica y guillotinadora de las libertades y de las conquistas sociales que conllevan las prietas filas de los populares.

     Mayor juego podría dar un Partido Regionalista Extremeño, sin el chirriante sufijo detrás, que encumbrara la figura de Antonio Elviro Berdeguer, conocido en muchas partes como el Blas Infante extremeño.  Antonio Elviro fue un pedagogo social, un auténtico extremeñista que desgranó toda una avanzada doctrina regionalista en pro de las tierras extremeñas y de las clases medias y bajas, atacando furibundamente el caciquismo, la inoperancia y parasitismo de la burguesía y la oligarquía agraria y latifundista.  Este médico, publicista y virtuoso revolucionario de Salorino es todo un ejemplo a seguir. El PREX debería mirarse en su espejo y cada 7 de diciembre (fue fusilado por los franquistas en un día como ese de 1936) organizar todo un masivo acto de exaltación a su figura.  Ahora, cuando al Partido Regionalista Extremeño ya no le atan las trabas con el PSOE, va siendo como hora de que configure su estrategia y retoque los aspectos ideológicos, incluyendo, incluso, ciertas ideas nada despreciables de aquel Bloque Extremeñista Revolucionario que tuvo como máxima figura a Belarmino Martín Galindo, alcalde de Majadas de Tiétar.

     Nemesio “El Grillo”, al que dimos tierra un día de San Ponciano de 2010, volvería a esbozar una sincera y complaciente sonrisa si el PREX, que hoy tiene muy buena gente en su vanguardia, tomara nota y se arriesgara a conseguir nuevas metas más furibundamente sociales y extremeñistas.
     

ADOLFITIS

La Pingolla: ADOLFITIS.

Mi madri entregó un jilu de oru preciosu”, me relataba Piedad Osuna Jiménez.  Ciertamente, Ti María Jiménez Montero, tenía miedo de que a su marido lo llevasen a la Guerra y se desprendió de aquella reliquia antigua, heredada de sus mayores.  Los fascistas instaban a la gente a contribuir con el oro viejo a la causa de los generales sublevados, los que querían  Una España, Grande y Libre.  Pero a Ti Bernardo Osuna Miguel le obligaron a coger un fusil y marchar al frente.  Nuestro paisano, el hijo de Ti Sinforiano Osuna Corrales y de Ti Juana Miguel Hernández, fue bautizado como “Chascaera” por un vecino al que le decían Ti Juan “Nové” (Juan Gutiérrez Esteban).  Y es que, desde chico, Bernardo tenía respuesta para todo.  “No cerraba el picu ni anqui le pusiesen un vetiju en la boca”, según contaba Colás “Chascaera”, otro de sus hijos.
Ti Bernardo formó parte de las últimas quintas movilizadas.  Le destinaron a cargar cuerpos hechos pingajos a las costillas y llevarlos a los camiones.  De aquellos tétricos sinsabores le vinieron infecciones estomacales y atascos en bronquios y pulmones.  Regresó más muerto que vivo.  Como era un puro marro, se afanó en reventarse a trabajar.  Se fue consumiendo de tanto doblarse sobre la tierra y el día de San Fermín de 1963, con tan solo 55 años, cayó para no levantarse jamás. 

Paco “Chascaera” también era hijo suyo.  Cuando un día escuchó por la radio que iban a darle a fulanito y a menganito las medallas de Extremadura, me comentó: “A mi padri era al que se la tenían que habel dau, que ési sí que sufrió pol la patria y jocicó de brúcih de tantu trabajal de día y de nochi, ¡y ni una perra le dierun!”  Cierto es que ya va remitiendo la epidemia de “Adolfitis”, pero no hace cuatro días que la Asamblea de Extremadura decidió concederle, a título póstumo, la medalla de Extremadura a Adolfo Suárez, expresidente del gobierno.  Todas las fuerzas políticas fueron conformes.  Dice un proverbio árabe que “si alguien te aplaude, no presumas hasta saber quién fue”.  Resulta curioso y paradójico que toda una piara de aplaudidores, atacados de “Adolfitis”, en su día, bien fueren ellos o sus partidos, les metieran el dedo en el ojo (por no decir en otras partes) a aquel que no fue falangista, como han afirmado muchos medios, sino franco-falangista, que es cosa abismalmente distinta.
No sé muy bien si Adolfo Suárez, como afirman algunos, fue un segundón con ambiciones, que se creyó su papel a la hora de capitanear la llamada Transición, que puede que para muchos de nosotros fuese un tránsito a ninguna parte.  Nadie puede restarle cierto olfato político y una interesada astucia.  Pero lo que es radicalmente cierto es que no fue un falangista auténtico, ya que no sabemos que se opusiera a la dictadura de Franco, ni alentara la nacionalización de la banca y del crédito, ni preconizara una revolucionaria reforma agraria, ni persiguiera la autogestión en las fábricas, ni propusiera la socialización de los medios de producción, ni fuera visceralmente antimonárquico o buscara la consecución de una república sindical.  El de Cebreros tal vez fuera un oportunista, que supo escalar altas torres debido a la aureola de simpatía que irradiaba y a una posible fortaleza e integridad que parecían acorazar sus entresijos.
“Muerto el burro, la cebá al rabo”, refiere un antiguo refrán.  Y cuando la parca le dio la estocada final, la “Adolfitis” se convirtió en pandemia.  Repugna el cinismo de la caverna mediática, lamiéndole al expresidente del gobierno la canal de entre las ancas por su contribución al consenso.  Vergonzoso cuando esas cadenas de radio, televisiones y periódicos ultramontanos y casposos están un día sí y otro también dinamitando otras aquiescencias y el pan y la justicia del pueblo llano.  Asco de esa derecha que procede de Alianza Popular, que se hartó de llamarle traidor, y asco también de ese PSOE que le tildaba de “tahúr del Misisipi”.
Le negaron el pan y la sal, y, ahora, hasta el pinocho e hipócrita presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, ha instado a cambiar el nombre del aeropuerto madrileño de Barajas por el de Adolfo Suárez.  La mala conciencia de muchos les lleva a repartir rótulos por doquier con el nombre del que fuera Ministro secretario general del Movimiento con el general Franco.  Hasta los concejales del grupo socialista del Ayuntamiento de Cáceres  han solicitado que el Pabellón Multiusos ostente su nombre.  ¡Vivir para ver!  Más les valía que hubieran propuesto tirar abajo la placa de la avenida del dictador Miguel Primo de Rivera y poner, en su lugar, otro nombre más decente.  Bien decía el filósofo Aristóteles que “todos los aduladores son mercenarios y todos los hombres de bajo espíritu son aduladores”.

Medallas, calles, pabellones, aeropuertos…  Todo es poco.  El renombrado periodista Manuel Alcántara ha dado en el clavo cuando exclama:  “A los hagiógrafos de Adolfo Suárez solo les falta pedir su beatificación”.  Si el expresidente pudiera salir de su tumba, a más de dos les ponía su derecha bota de azul desteñido sobre el pescuezo.  Ya lo decía el escritor francés Paul Valéry:  “Cuando alguien te lame las suelas de los zapatos, colócale el pie encima antes de que comience a morderte”.  Ti Bernardo “Chascaera” nunca recibió medalla alguna, y seguro que si alguien se hubiera acercado a colgársela del cuello, posiblemente habría salido por peteneras: “¡Medállah ni hóhtiah!  ¡Dihpuéh d,ehchangalmi la vida, me vienin con éhtah andróminah!  ¡Que voh den pol culu a tóh!  ¡Que coju un ehtaonchu y voh pongu a caldo a tóh, dehgraciáuh!