Que Gala
Rodríguez Paniagua, más conocida por Ti
Gala “La Moraña”, naciera y muriera el mismo día y el
mismo mes (aunque no el mismo año), resulta cosa curiosa. Pero que
ella y su marido, José
Martín Sánchez (en el pueblo, Ti
José “Galopo”), fallecieran de muerte natural en la misma
fecha y en su propia casa, sorprende todavía más. Una hora
menguada se llevaron los dos en aquel triste 16 de octubre de 1.952.
Ella se fue con 77 años cumplidos, y él con 87. Virgilio
Martín Rodríguez fue uno de sus hijos. Le apodaban
“Zorongollo”.
Crió a sus ocho vástagos en una huerta al sitio de “La Blasca”.
Aún se mantiene en pie la humilde caseta, comida por las zarzas.
De huertero pasó “Ti
Vergilio” a negociante en temas de leñas y carbones. Y a
la par que iba medrando en los negocios, dio en desarrollar un
ingenioso lenguaje, todo él atiborrado de curiosos eufemismos a los
que les colocaba sufijos despectivos, pero sin intención de ofender
a nadie. Así, entraba en la taberna y pedía un “botellucu del
pajarracu”, haciendo referencia a una cerveza del “Gavilán”.
Al teléfono le denominaba el “cuernucu alcagüetucu”; a la
motosierra, la “perruca cabreaúca”; al periódico, el
“mentirosucu”... En una ocasión, cuando me contaba sus andanzas
en la Guerra Civil, me relató: “Me metierun en la charracina del
Ebru y una bellotuca rabiosuca m,aburacó la chambruca y me rehtregó
de rahpajilón la sobaqueruca”. O sea sé: que, en la batalla del
Ebro, una bala perdida le agujereó la camisa y le pasó rozándole
la axila. Y siempre vaciaba sus palabras con su campechanería
habitual. Si algo no le interesaba, repetía machaconamente:
“¡Bobadúcah, bobadúcah, bobadúcah...! De aquí que se diluyera
su apodo de “Zorongollo”
y todo dios diera en renombrarle como Ti
Vergiliu “Bobadúcah”.
Tenía gracia y
desparpajo Ti Virgilio
a la hora de soltar su lengua. Pero hay que reconocer que los
eufemismos, si no son irrisorios, suelen ser políticamente
perversos. Cuando se desvirtúan, que no era el caso del que fuera
mi paisano, adoptan una actitud frente al lenguaje que tiende a
abrazar la hipocresía, que no la honestidad. Ya lo decía el
escritor británico George
Orwell: “el tipo de lenguaje eufemístico sirve, en
política, para lograr que las mentiras parezcan verdades y el
asesinato respetable”. El Gran Jefe Indio de la tribu de los
sioux, Thathanka Iyothanka
(Toro Sentado),
afirmó que “hombre blanco hablar con lengua de serpiente”. Y
por echar al aire esta frase, junto con otras parecidas metidas por
Joaquín Sabina en
su canción “Cuervo ingenuo”, fue censurado Javier
Krahe en los gloriosos tiempos del PSOE (1.986). No permitían
los santones socialdemócratas, que no socialistas, que a Felipe
González se le acusara de traicionar a la izquierda.
Zapatero
también hizo sus pinitos eufemísticos, significando aquello de que
“España no estaba entrando en crisis, sino en una desaceleración”.
Pero los campeones de la perversa hipocresía eufemística han sido,
con mucho, esta derecha del PP que tiene agañotadas a las clases
trabajadoras. Personajes tan troleros, tan engañabobos y tan
mezquinos como Rajoy,
Fátima Báñez,
Montoro, Luis
de Guindos, Marina
del Corral y otra gavilla de saqueadores se han hartado de
escupir aquello de “movilidad exterior”, “préstamo en
condiciones extremadamente favorables”, “impulso aventurero de la
juventud”, “procedimiento de ejecución hipotecaria”,
“flexibilidad del mercado laboral”, “dexindesación”,
“optimizar recursos”... para no llamar por su nombre a la fuga de
cerebros, al rescate de los bancos, a los desahucios, a la amnistía
fiscal, al abaratamiento del despido, a las pensiones a la baja, a
las privatizaciones, a las rebajas salariales y a todos esos
descuartizamientos que han hecho con el pueblo trabajador. ¿Cómo
llamarán, por ejemplo, ahora a lo ocurrido en aguas del Estrecho de
Gibraltar, donde las olas del mar enfurecido claman justicia por
haber despojado a un puñado de desheredados del mundo de sus pulsos
vitales? Y ninguno de los responsables, aferrados como lapas a sus
cargos y enrocados en sus negras almas de fariseos y falsos
cristianos, tiene la dignidad de dimitir.
A Ti
Virgilio le sonaba a chino el nombre de Quinto
Tulio Cicerón. Pero éste se las amañó para que su hermano
Marco, el que
llegaría a ser cónsul de Roma, usara determinadas palabras y
expresiones para robarle el voto al ciudadano. Corría el año 64
antes de Cristo. Siglos después, los campos nazis de exterminio
mostraban en su frontispicio aquel terrible eufemismo de “Arbeit
Macht Frei”, o lo que es lo mismo: “El trabajo os hará
libres”. ¡Cuánto echo de menos los sanos e irrisorios eufemismos
de mi amigo “Bobadúcah”
ante la perversidad de las perífrasis, circunloquios y ambigüedades
de gran parte de la casta política de hoy en día! ¡Malditas
lenguas de serpientes!